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LA MUCHACHA EN LA CORTINA

Dibujé una muchacha en las cortinas

que separan mi hastío del sol de primavera.

Hicimos escaleras con cartas españolas

y por poco, muy poco, no tocamos las nubes.

Bailamos lentamente a favor de una brisa pasajera.

Bebimos juntos un té muy a la inglesa,

ella con “cookies with jam” y yo con tostadas

sabor dulce de leche.

Hablábamos de nieblas, de bosques y empedrados,

de castillos medievales y casonas antiguas, de lagos escondidos

y montañas nevadas.

Hablábamos de los fantásticos escritos del poeta aquel del paisito

(como él llamaba a su Uruguay querido);  del “Enamorarse y No” ,

tiramos “Una botella al mar” y nos sentamos muy juntos “A la izquierda del roble”.

Yo le escribí poemas a sus manos blancas y delgadas,

a su sonrisa triste y luminosa, a su andar de gacela

por las campiñas verdes.

Ella surcó mis pampas con su violín al viento y bajó las estrellas

y acarició las rosas y dejó su fragancia de jazmín y canela

entre mis simples cosas.

Hicimos todo un juego de lo que fue complejo.

La muchacha del dibujo se hizo cada vez más delgada

y de a poco empezó a borrarse.

Le había dado voz y ya no le escuchaba.

Le había puesto brillo en sus bonitos ojos y ese brillo

se fue desvaneciendo como la última estrella

al llegar el día.

Yo amé profundamente a la muchacha del dibujo.

Y ella a mí, seguramente.

El cortinado ha envejecido y yo también.

Ahora sólo juego con palabras que bullen en mi mente

y tratan de darle nueva vida a esa imagen ajada

sin poder lograrlo.

 

Derechos reservados por Ruben Maldonado.