susoermida

Casi, casi divino.

Por las calles oscuras de un pueblo
de calles casi anónimas,
estrechas.
Piedras de tiempo vigilante.
Fui dejando el amor de las intenciones.
Como el tonto que reparte caramelos
en un desfile de olvidos descompasados.
Se, como no, que de repente se me dispara
el deseo.
No te veo pero recuerdo tu cuerpo abierto.
Recibiéndome y... también recuerdo
lavar las sábanas que tenían tu nombre escrito
como aromas de metales lastimando.
Las puse al sol de los sastres olvidados
para volver a tomarte la medidas
después de la sequedad
y de los navíos en puerto tranquilo.
Estaba su vocabulario en cada aroma
y tu boca casi puesta, puesta casi
allí donde empezabas.
¿Recuerdas por donde empecé?
Recuerdas esa piedra que se arrodillaba
junto a los coros de tus labios,
la lengua de mis palabras
y el viaje que iniciaba
y lo lejos que aquello estaba de tu boca.
Recuerdas como entré
y tenias ojos de abejas zumbando.
Y me miraste con la espuma de un deseo
mientras yo era vaivén.
Árbol.
Raíz.
Alimento sonoro de un espasmo
cercano a un sonido sordo y callado.
Y te ame.
Vaya. que agua roja el nombre
y que inocente la intervención.
Te abriste mujer
para celebrar mi intención.
Y yo entré en tus profundidades.
Estuve el tiempo justo y necesario
de una forma olvidada.
Desnudos nos vimos.
Quietud de piel de sueños y pudores.
Nada hay igual a este contrario.
No puedo olvidarlo.
Hay astillas de madera perpetuas.
Hebras de una descarga
en códigos de mujer
que te elevan a un altar
donde yo no puedo subir.
Recuerdo tus caderas moviéndose
y los objetos del deseo resolviéndose.
La gota de carretas aceptándome.
El gemido de tus uñas rotas.
El zumo de las uvas vencidas
El nombre sin nombre nombrándose.
Y … la noche, aquel espasmo
casi,
casi divino.
Allí, donde ya solo éramos uno.