Palpitaba de amor en mi ventana
al escuchar tus pasos que anunciaban,
que iba a verte pasar muy perfumada
con tu garbo y tu estirpe de gran dama.
Después gran malestar me fastidiaba
que impedía mi pecho respirara,
por culpa de no haberle dicho nada
ni siquiera a la imagen de tu sombra.
Y a tu espléndida gracia ya entregado
tan solo me queda reunir coraje
para hablarle a tus ojos almendrados.
Mi promesa será de siempre amarte
y ofrecer con alarde muy de majo
que únicamente a ti voy a entregarme.
Jorge Horacio Richino
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