No escribo para exorcizar.
¿Por qué habría de escribir para algo concreto?
Exorcizar en palabras es fijar un pasado vivido en el sueño del presente.
Una sensación corrompida por la memoria. Una experiencia imposible.
No quiero materializar la forma en la que aprendí a recordar,
quiero crear y vivir la creación constante, sin dejar huellas; un penetrante haz de luz.
No escribo para exorcizar o seducirles con un pasado decorado,
hablarles de amores que ya no tengo por no saber amar y alimentarles con metáforas edulcorantes.
Escribiré como se escribe a sí mismo el flujo de los seres y las cosas, floreciendo.
Porque los pétalos de una flor no recuerdan que alguna vez fueron semilla
y los frutos de un árbol tampoco; no saben que serán semilla y que tal vez reencarnen como árbol.
Si he de escribir, dibujaré los continuos mapas de la vida que me hacen escribir,
sus fragancias atemporales, los delicados aromas que más perturban y los abismos,
siempre que el amor ilumine el infinito para darle principio y fin.
No escribo para exorcizar ni para fingir falta de anhelo o jactarme de alguna pasión.
Como la luz crea la realidad atravesando nuestras miradas es como me han de escribir.
Sin que mi mirada transforme la realidad. Porque cuando escribo deja de existir el escritor.
El poeta que vive de recuerdos es un sentimentalista. Nadie es poeta por decir no serlo
ni es más artista por decir que no lo es.
Jamás seré yo quien escriba, sino la piel de un espíritu que florece
y refulge como estas palabras de nadie.
Por eso no seré un dibujante que escribe ni un escritor que copia,
ni escribiré para exorcizar, ni por el faustuoso acto de seducir.
No habrá Yo quien escriba, aunque tal vez este no sea el caso.