Xabier Abando

Crece un zumaque en Otadi



Parece que fluya lento 
el tiempo y pasa volando.
es constante y, para cuando  
te enteras, todo está lejos.

Tres años ya hace que crece  
en mi pueblo, en la campiña,  
un zumaque de Virginia,  
que ajeno al tiempo parece:

no pierde hojas con los días,  
como un taco de almanaque,  
todas las pierde el zumaque  
al llegar las noches frías.

En memoria de un amigo,  
plantó, a su muerte, un paisano,  
más que amigo, casi hermano,  
este arbusto que es testigo

de ese paso inexorable  
del tiempo, que difumina  
los recuerdos y elimina  
los que no son imborrables.

Quedan recuerdos de barra.
de bar, cubata y cigarro,  
mano a mano, trago a trago,  
de algunas noches de farra,

de moderada alcoholemia,  
que abría a veces la espita  
de la nostalgia infinita
de aventuras y bohemia,

entre ocurrencias y chanzas,  
sacando punta a la vida,  
la soñada y la vivida,  
o evocando las andanzas

más gratas, de preferencia,  
no faltando alguna mala  
como unas que, en Guatemala,  
le sirvieron de experiencia.

Lacónico y reservado,  
este amigo, que lo era,  
no se abría con cualquiera,  
sólo a algún privilegiado.

Aunque era hermético el tipo,  
irónico y socarrón,  
era de buen corazón,  
de su familia arquetipo.

Sufrido y duro consigo,  
-de casta le viene al galgo-  
podía ser sin embargo  
excelente como amigo.

Según me dice el paisano,  
tiene un recuerdo imborrable  
de ese su amigo entrañable  
que era, por suerte, mi hermano.

© Xabier Abando, 11/08/2020