kavanarudén

Instantes (relato corto)

 

 

Cae la tarde y aquí me encuentro. 

Oteo al horizonte, día nublado y gris.

Las gotas del tiempo caen a través del reloj y una música suave me hace compañía.

Tiempo propicio para pensar, reflexionar, dejar fluir los sentimientos que ahora siento. 

Esta mañana me fui a la playa. Me senté en la orilla y contemplé el horizonte. Después de un rato, no resistí la tentación y me sumergí en las aguas agitadas, revueltas de un mar embravecido. Las olas se subseguían con fuerza arrastrando tras de si innumerables algas marinas. Me zambullí hasta tocar fondo y resurgí. La resaca era fuerte, pero resistí. Me acerqué a la orilla y me arrodillé. Junté mis manos y di gracias. Sí, gracias por lo vivido, por las experiencias existenciales que he tenido, por mis antepasados, por la gente querida. Di gracias por el por venir, sea cual fuere, pues confío y me siento afortunado.

Salí del agua y caminé por la orilla. La bruma me envolvió en medio de una  playa solitaria. Miré al cielo y vi una gaviota que planeaba. Se abandonaba al viento y hacía el menor esfuerzo para mantenerse en alto. Majestuosa. Al rato otras dos la acompañaron. Me impresionó tanta maestría. Aprovechaban la corriente sin hacer esfuerzo alguno. Me recordó la vida misma, que en muchas ocasiones, cuál viento impetuoso, si no sabemos planear, nos atropella. Si vamos en contra, si no aceptamos nos destruye. Hay situaciones y circunstancias que escapan de nuestras manos, de nuestra voluntad y es en ese momento en que planear es lo necesario, aunque si alguna lágrima versemos en el momento. Paciencia, aceptación y confianza, pues todo tiene su por qué en esta vida.  Luchar contra lo imposible es gastar las energías con el riesgo de caer en una depresión que nos arranque la esperanza y la verdad, no vale la pena. 

Cuando murió mi madre no pude asistir a su entierro. No pude compartir con mi gente el dolor de su pérdida. Mi situación económica no me lo permitía y además trabajaba en la lavandería del hotel Bayren de Gandía. Me correspondía cinco días por luto, ya tres se me iban en el viaje de ida. Renuncié a los cinco días (era un 7 de agosto, plena temporada). Me tocó el turno de 0.00 hasta las 8.00 am. Lloré en silencio entre sábanas, fundas y toallas sucias. Oré por su alma y sobre todo le pedí su bendición y protección. Darle sentido al sufrimiento hace que disminuya el mismo. Extendí mis alas y planeé con la brisa fuerte que la vida me ofrecía en ese momento. 

Seguí caminado no sé por cuánto tiempo. La libertad que sentí en ese momento no tiene precio, sobre todo la tranquilidad de conciencia y la hermosa sensación de tener la vida en mis manos. Depender de mis opciones y sobre todo saber que solo no estoy, pues cómo creyente que soy, siento que Dios me acompaña. Su fiel servidor seguiré siendo el resto de mi vida. Me extendí con los brazos abiertos mirando al cielo. Las olas y la arena acariciaban mi cuerpo. Respiré profundo y me abandoné al momento. Vino a mi memoria el salmo 130, apreciado y en varias ocasiones recitado: “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad; sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre. Espera Israel en el Señor ahora y siempre” Espera Omar en el Señor ahora y siempre pues su amor es inmenso, su misericordia infinita, su cariño no tiene fin.