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UTOPIA

No es un sueño, hermosa mía,

no es un sueño;

de verdad hay cosas como la primavera

y sus multicolores reales,

donde los niños juegan sin temor al futuro,

sin la inflación asediando sus costillas

y el temor a la injusticia bramando en sus oídos,

en un “no lugar” que quizá solo cabe

en el corazón y los sueños de un hombre

que siente más allá

de los espejos globales donde se refleja el mundo.

 

Yo me atreví a ser libre,

a no ser azotado por los dogmas morales

de los que dictan reglas

en un claustro hambriento de inocentes,

vestidos con ropas reales, de sueños nauseabundos

y hedores escondidos tras su manta,

estampada de caridad, asesina de verdades,

inmolando la clemencia y la justicia,

que te inhiben pensar con tu conciencia

y ver en el esplendor de la mañana

la belleza de la vida, que es lo único gratis,

presente a nuestros ojos.

 

Aprendí a comer mi pan de sudor diario

y compartir la mesa con el de pies descalzos,

a ser feliz viajando en primera clase,

entre el polvo de arrabal,

o acompañado de un perro como Cortez en Madrid.

Aprendí a vivir sin ti, sin casi nada,

pero con la fuerza desbordante

del que ama la vida para tenerlo todo.

 

El hombre en su mundología,

es un pequeño ciclo semanal de los otoños,

persiguiendo al olvido,

regresando desnudo a su origen privado,

de donde nada trajimos y nada llevaremos,

más que lo servido en la mesa,

y todo aquello donde dejamos el aliento,

la fatiga y las fuerzas

se queda continuando el curso de los años,

y la raíz de todos los males

los deja sin comprender que en la vida

no hay nada mejor que comer y beber

y gozar del trabajo de nuestras manos,

disfrutando lo que creemos nuestro

mientras aún hay tiempo.

 

Un mundo mejor es posible,

sin la envidia minando las conciencias,

sin el odio aciago como martirio al portador;

el código de ética de mi utopía

está en el sermón del monte,

en que debemos entregar el alma

sin pedir nada a cambio,

en que existe una realidad sin fronteras

de que somos hermanos,

a pesar que hay Caines acechando las puertas,

y que debo extenderte mi mano hasta darte mi vida,

aunque niegues mi credo.