Marcela Miranda Rodríguez

Pequeña princesa

Las hojas doradas caen a mi alrededor,

una de ellas roza mi mejilla,

y luego se atasca en mi bufanda. 

 

Me recuesto en el húmedo pasto,

sintiendo el frío pasar a mi espalda a través del abrigo,

no importa,

mi interior es cálido. 

 

La risa de una niña pequeña me distrae. 

Ella salta sobre un charco, 

empapando sus botitas de lluvia rojas,

las cuales hacen juego con su gorro de lana.

Su sweater amarillo combina con sus largos rizos. 

Ríe despreocupada. 

 

Tez blanca,

mejillas sonrojadas por el frío.

No parece entender la brecha qué hay entre las dos,

pues me mira y me saluda contenta,

mueve sus manos de un lado a otro

y luego vuelve a saltar sobre otro charco.

 

Inocencia.

Dulce inocencia.

Inocencia que ella mantiene intacta,

y que a mí se me fue arrebatada muy pronto. 

 

Me incorporo:

es hora de volver al trabajo.

Trabajo en el que sirvo a niñas como ella,

pequeñas princesas que nacieron en el barrio adecuado,

con apellido extranjero

y padres políticos. 

 

Mujer morena,

pelo liso y grueso,

apellido mapuche,

hundida desde mi nacimiento en la pobreza. 

Aquella niña es una doncella,

mientras yo soy la sirviente de su realeza.