Natanael Berrios Sandoval

Lamento Taíno

 

¡Oh sagrado cielo de Borínquen!
¿Por qué manchas el límpido azul de tus cortinas?
¡Respóndeme! Que aquí, en la cúspide del poderoso yunque,
¡ay! mi alma gime al sentir tus lágrimas repentinas.

 

Y anocheciendo, se paseaba sonámbulo el augurar del bohique,
quien intentó propiciar la pesadumbre de los irascibles dioses,
más frías y plateadas fueron las eternas noches
y fúnebre y sombrío el llanto del yucayeque.

 

Entonces, cuando comprendimos la súbita marcha de Juracán
el cacique, entristecido, postróse en señal de duelo
y el adolorido pueblo clamó así, con gran desvelo:
\"¡Ay de nosotros!¡Tanto lloramos, y jamás lo sabrán!

 

Oyendo esto, alzóse Guaraca diciendo, con riachuelos en sus mejillas:
\"Naborí, siervo fiel, pasa sin miedo delante de tu Señor, y
levanta clamor altísono, que incluso Arasibo escuche! ¡Anda, sin temor!\"
Y pasando, con agonía en el corazón, observé mi gente y caí de rodillas...

 

Y mirándolo con reverencia, respondió mi ser:
\"¿Qué tengo yo de majestuoso, que no tenga un cemí?
¿Acaso seré yo valeroso para que Juracán halle gracia en mí?\"
Y él, con simpleza, respondió:\"¡De cierto, con tu voz nos vas a defender!

 

Habiendo escuchado...
De excelso plumaje vestí mi cuerpo y mis pómulos lo pintó un coral
y, levantando la voz grité:\"¡Pueblo mío, unidos como la bosiba
de nuestras bellas cuevas somos y juntos como la hermosura de la ceiba!
¡Luchemos!\" Y unidos, entonamos al unísono un canto orquestal...

 

\"¡Oh Juracán, dios divino e iracundo!
Unánimes nos acercamos, frente al gran caney,
tan pequeños y tan débiles, como el travieso juey,
ante ti, oh Juracán, estremecedor del mundo.

 

¡Juracán, te ruego, no provoques nuestro llanto!
Ya nuestros niños gimen para que retires tu ira,
mas agoniza su espíritu por lo que pronto se avecina...
¡Ten piedad, y aleja la destrucción de tu lúgubre manto!

 

Porque ya tu violento bramido es oído en lontananza,
y tu grandísimo poder aumenta en el sepulcro de Yayael,
y con tu vehemencia, causas sequía en la mirada de Boinayel.
¡Oh Juracán, imploramos que nos regales tu bendita bonanza!

 

¿Por qué, oh Juracán, nos afliges tanto?
¿Por qué ruges enfurecido, con trompeta voluptuosa,
contra esta tierra sin par, joya del mar tan preciosa;
y sajas su alma dejando tan solo un triste camposanto?

 

¡Ay Juracán, aparta de nosotros tu tempestuosa mirada,
y no arranques a los frondosos soldados de raíz,
ni tampoco hurtes la virtuosa estrena del dios Yucahí!
¡Oh! Tan solo queremos una fresca y nueva alborada.

 

Mas, si obstinado prosigues tu implacable marcha
el dios Yocahú se levantará de su reverdecido trono;
el gran montaraz, con su ancestral macana, alejará tu mano,
y sobre tu pérdida y tu lejana voz, alzará su flamígera antorcha.

 

Y detrás de él está su audaz pueblo taíno,
que junto es como un hermoso yunque señorial.
Por tanto, ante ti, oh Juracán, depositamos ofrenda terrenal;
pero, sabemos que, Yocahú determinará nuestro eterno sino.\"

 

Y habiendo clamado, pereció el llanto y quedó el silencio de la noche.