Alberto Escobar

Casanova, ¡inigualable!

 

 

 

 

Me supe protagonista de un juguete cómico
desde mis primeros chapoteos entre la crema
palaciega, que me encumbró a lo más granado
de las cortes dieciochescas, en plena ilustración.
Fui, sin dudarlo, un hombre adelantado a mis tiempos.

Pavoneé mis excelencias por los salones más excelsos.
Me ejercité en las artes de la elocuencia y las letras,
no en vano me permeé de ellas desde la cuna, mis hermanos 
fueron pintores, y yo... por ser fui de todo y de nada.
Me atreví a traducir en octavas reales la Ilíada, pasada la 
cincuentena, eso sí, hasta entonces no tuve el reposo 
necesario, mi vida era un incesante ir y venir... y huir
de los estragos de mis aventuras con esposas, justicias...
Mi caballo sediento era pletórico pegaso guarnecido de los
arreos de guerra más deslumbrantes que damas de alta cuna
pudieron imaginar. Me dediqué a mi placer y al de la mujer.
Acabé en el ostracismo del olvido a los ochenta y cuatro 
falsos años. Escribí mis memorias para revivir mis mieles,
que todavía endulzan corazones románticos,¡yo que fui el 
menos romántico de los hombres..!
 

Yo no fui un Don Juan, Don Juan fue un sicario
del catolicismo más cerril, solo
quise el goce de mujer sin dolo.
Dispersas por el espectro más vario
todas se alegraron de mis correrías.
Recomendaban a sus más queridas,
Y con la mayor de las alegrías
caían a mis pies de placer rendidas.
Don Juan quiso humillar a la pobre dama
Inés por coger la manzana de la vil rama.
Yo solo quise premiar la maravillosa gama
de virtudes que tiene la hembra en la cama.

 

                   Eterno seré, inigualable en talento y porte.