Marisely

Una noche de insomnio.

Sola,
así de sola como me sentí
el 19 de marzo a eso de las 4:11 de la madrugada.
En una esquina del colchón
me percaté que el insomnio me andaba atacando,
así que decidí buscar mi teléfono
como entretenimiento de primeros auxilios.
Mientras deslizaba mis dedos en la pantalla,
caí en razón
que no existía nada que no haya visto.
La misma red social,
el mismo antipático
que publica a la misma hora,
ese mensaje que siempre dejaré leído
y aquel que me ignoraron a mi.
Observé esa fotografía
que me tortura de recuerdos,
esa que llevo viendo todos los días
desde hace una vida.
Nadie ahí, nadie acá.
Todo lo que había era nada.

Solté el teléfono,
me recosté en la pared
y escuché la melodía del reloj.
Le sonreí a mi gata ingrata y
ella con gusto me dio la espalda «o cola».
Es la primera vez que la guitarra
no era el pasador del tiempo
y la poesía solo era un intento para perderme

en el reloj palpitante
que no me dejaba concentrar.
Aquella noche era fría y oscura
pero no era tenebrosa,
era... silenciosa y vacía;
irónico y relacionable.
Me sentí entre las rejas de solitaria
y entre los metales de una camilla
pero solo estaba acostada en una cama
que servia de anestesia.
Capturé una fotografía de mi pared
y me desvanecí entre el llanto de lagrimas de consuelo.
Abandonada en el destino,
sin propósito
ni sentido.
Eterna;
era una con mi alrededor.
Era un todo
con nada.
Dormida,

ida...
sola.