J. M.

Ocaso

La conocí cuando ella era alba todavía,

cual linda mañana con aroma a relente,

desde entonces la supe a mi alma inherente,

aunque yo era solo un aciago medio día.

 

No era perfecta, mas no distaba de serlo.

Con cierta soltura por su edad matinal.

Su cuerpo forjado de un sinuoso tonal,

de escarpados caminos para recorrerlo.

 

Al pasar la jornada la fui cortejando,

me dio algunas horas sin promesas eternas,

me enseñó de amor sin usar palabras tiernas

y en el mejor recuerdo se fue dibujando.

 

Cuando fui ocaso, vino a fundir nuestros soles,

me abrazó con el ardor de su mediodía,

tomé su cuerpo con mi luz que se moría

y se marchó con los últimos arreboles.

 

Al caer el crepúsculo en mi vida entera,

le dedico al cielo mis vísperas y laudes, 

por permitirle pintarme perennes tardes

¡ya me puede cubrir la noche cuando quiera!