LV.

Resilencia

Yo te quería

y sé que a mí también me querías

porque pasábamos por el tiempo

como pájaro y nube,

porque nos veía el tiempo

como agua y piedra

como árbol y tierra.

 

Yo te quería

y sé que a mí también me querías

porque a veces 

en el silencio

o en el juego

o en el espacio entre el silencio y el juego

o entre el juego y el silencio

yo te miraba, y me mirabas

y había un lenguaje 

que no era de palabras ni de silencio,

que era nuestro porque nadie más 

tenía los ojos nuestros.

 

Un día, para qué contarlo,

un día moriste -o al menos así fue en mi universo paralelo-

te hiciste humo y

en donde nos vimos por última vez,

el aire suspiró tan fuerte

que nunca volví a ver

a tus ojos mirándome de nuevo.

 

Un día moriste 

y ese día

en que se cortó el juego

en que se cayó el silencio

en que mis ojos quedaron

posados sobre hueco aire

tuve que haberme muerto

de tan ingente ruptura abrupta.

 

El resto de los días

todavía solo yo

seguía viva.

Y a falta de ti

de calor,

de silencio,

me encontré abrazándome

a una canción que en cada verso

tenía tu nombre.

Y a falta de vida

de ti,

abracé una foto

la única que nos tenía

juntos todavía.

 

Pasaron tantas tardes,

tardes sin que fueras siquiera

partícipe en silencio del ambiente,

y de tanto oír esa canción

se borró

como por lágrimas o telarañas

de su letra

tu nombre.

 

Yo te quería 

y sé que a mí también me querías

pero un día te fuiste 

y no me diste ni tu mano

para seguirte.

 

Ah, y mi mente

como una psicóloga de alas negras,

tendió mi vida a la rutina

y hundió en la impasibilidad

a esta alma que tanto ansiaba

llorar,

llorar y que nunca resucitaras en mi vida de nuevo.