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AntologĂ­a del silencio

 

Decidí ir en busca

de los silencios del mundo,

explorarlos para así elegir

los que más se ajustasen

a mis diversas

y cambiantes necesidades.

 

Comencé por los más pequeños y frágiles,

por el pequeño silencio pensativo,

aquel que se escapa como una nube

y se desvanece entre los dedos,

aquel, que como infante, corre mirando al cielo

preguntándose cuándo tendrá alas para volar lejos.

Vi un silencio de sueño en los ojos,

de aventuras, héroes y piratas

en lucha por un tesoro perdido;

también vi, más allá, silencios altos,

unos que remontaban vuelo a lomo de pincel y lápiz,

que entraban en metamorfosis impensables

y que saltaban, como seres evolucionados, de un cuerpo a otro.

Vi silencios cautivadores,

de besos atragantados y abrazos gigantes,

silencios de amores perdidos en dunas y otros renacidos en montañas de espuma.

 

Los silencios crecían esporádicamente,

a veces se hacían largos y tediosos,

un cuento de nunca acabar de miradas confusas o terrores nocturnos;

a veces se hacían cortos y dolorosísimos,

en los que podías ver tu vida correr

frente a tus ojos incrédulos;

a veces los vi descomunales,

como monstruos bajo la cama,

acechando para dar el golpe maestro;

silencios enormes y viejos de llantos controlados,

de lágrimas secas en el cuarto cerrado,

de labios apretados para no perturbar el sueño,

para no perturbar el corazón ajeno.

 

He visto silencios de noches,

de madrugadas,

de mañanas;

silencios que corren descalzos

junto a la imaginación naciente,

otros que se mecen cansados

en la rememoración de un pasado fugaz y transparente;

unos de amores sonrientes y tiernos,

otros de amores acorazados;

silencios que sudan alegrías desbordadas,

que caminan de la mano aprendiendo el mundo,

y otros que lloran puñales ensartados y traiciones eternas.

 

He visto silencios de miedos,

encadenados a la mente para no salir a flote,

acorralados de preguntas que no esperan respuestas;

pero también les vi libres,

abriendo jaulas que permanecieron cerradas por milenios,

escapando a fronteras vírgenes de paraísos escondidos,

donde podrían germinar como risas al viento.

 

Les recogí todos para traerlos conmigo,

uno de cada clase,

uno de cada tamaño,

de risas, de llantos,

de horrores, de odios,

pero sobre todo de amores y ternuras infinitas.

Soy una antología andante,

una muestra de cada silencio existente.

En mí se concentra el mundo,

los extravíos, las nostalgias,

las indignaciones, las reflexiones,

un manojo de nervios,

de hojas secas al viento,

de mariposas que vuelan con ellas.

 

Soy, en carne propia,

una antología del silencio.