Jesús Lantigua

INMORTALIDAD

La muerte se mostraba con un aspecto sórdido,

queriendo eximir a los alvéolos de su puja agónica

en un proceder nada oneroso,

guadaña en mano,

como alguien pudo imaginarle alguna que otra vez.

La piel traslúcida pareció estremecerse

con la llegada del óbito 

y los párpados cansados descubrieron las tétricas pupilas.

El aliento se fue apagando

tras la venida

y en un espasmo de músculos aterrados

el cuerpo sucumbió al terrible acoso.

Pero en el colofón alguien pudo exclamar:

¡Ha muerto el poeta!

Y el deceso traumado

por la celeridad del aborto

escapó ingrávido,

en un torbellino de luminiscencias,

dejando sobre el lecho

la mano febril,

enhiesto estandarte,

abrazada a la pluma.