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Andar por el bosque.

Eh vagado por este bosque
durante largos fragmentos.
El tiempo en sí no lo recuerdo,
eh perdido esa esclavizante noción.
Mi razón pura ve como ninguna.

Reconozco en cada árbol
un instante de aquella vida,
donde el miedo conocía,
el humano era mi peor
y más repugnante pesadilla.

La soledad me a purificado,
entre naturaleza pude renacer,
volver y simplemente ser.

Algún chaman me enseño
sobre el amor al animal.
Animismo le llaman algunos,
yo no le pongo un nombre.
Es solo una forma de caminar,
de relacionarse y flotar en este mar.

Su enseñanza fue clave para en verdad descifrar amar,
pero de mi soledad no pude huir,
en mis pensamientos mortuorios me escondí,
y en mi pesimismo logre sobrevivir.

Siempre eh pensado en las personas como semejantes,
pero después de esta iniciación los veo a todos muertos,
repletos de maldades, seres malignos repletos de prejuicios.
Mis animales no se comparan a esas formas repugnantes.

Humanos anclados a la estupidez, el odio y la lucidez.
En mi raciocinio no puedo evitar verlos de esta forma:
Seres viles decididos a hacer sufrir o acabar con la vida
con tal de escalar a la cima.
Seres ruines que con base a engaños, enojos, y atrocidades que
acaban con el espíritu del débil, logrando atraer un ser más a su lado.
Y es una cadena interminable qué ha finalizado con el verdadero humano.

Algunos aún van en su andar por el mundo inmersos en su existir,
me eh topado ah alguno en la vera de este bosque,
sonrientes o decaídos ya qué llevan en la espalda y la cabeza
la misma idea qué cada instante me carcome el alma.

En mi recorrer por los caminos de este bosque,
la tranquilidad me inyecta con templanza,
con ideas repletas de venganza,
ya sea por la extinción de mi raza,
o por la maldad con qué ella misma aniquila
a mí adorada madre naturaleza.

No le veo esperanza a nada,
desde este bosque de arboles altos
puedo oler el final que cercano está.
Ya será por el divino poder del arquitecto del universo,
o por el mismo humano qué en su odio que contagia
termine agotando la paciencia del lugar qué le prestaron.

Me quedare sentado en este bosque,
a veces quieto, otras gritando mis lamentos,
sin pensar en el tiempo, ni en los tormentos,
acariciando el viento, aullando con lobos,
conociendo al espíritu de la materia,
creando ideas nuevas para platicarlas,
con mis amigos los árboles y pinos,
qué con los siglos me han enseñado su mente de sabios vivos.  

Seguiré vagando por el bosque,
odiando al hombre,
ahogándome en lastima,
en el pesar qué me hunde,
y en las ganas de consumar esa iniquidad.