A. Martinez

Algo muy hermoso.

Tengo deseos de escribirte algo muy hermoso,

palabras que rimen con ese brillo soleado de tu mirada,

con la caída de tu pelo en esa cascada de seda negra,

que baja por tu espalda hasta donde se pierde su nombre,

allí donde mis manos desnudas te sujetan;

muy apretada a mí para probar los besos;

palabras que digan el color exacto de tu piel y su sabor a vida fresca,

que expresen el sudor tras los abrazos cuando el cuarto

huele a cuerpos liberados y a ropas desparramadas por el suelo,

palabras que suenen en el reloj, como esas horas consumidas

en consumarnos, en exhalar gemidos que suben por las paredes

y se cuelgan del techo para caer sobre nosotros

en ese asalto final al infinito que nos inventamos.

 

Pero es corto el diccionario e irrelevante sus vocablos,

no alcanzan a describir todo lo que se ve o se siente,

por ejemplo, ese latido que galopa en la pradera del pecho,

cuando los labios recorren incansables y temerarios

oquedades, planicies, montículos, valles,

y somos dos en uno sólo en el centro del universo blanco

que se arruga y contradice;

o cuando los cuerpos simulan ser el mar

y palpitan como olas que se estrellan en mitad de los estómagos,

y las lenguas son pinceles pintándonos de rosa la respiración.

 

Sí, tengo deseos de escribirte algo muy hermoso,

sobre ti, sobre mí, algo de ti cuando sobre mi te enciendes

como la vía láctea, o de mi sobre ti, cuando me aferro a tus estrellas

como un planeta que no quiere desaparecer.

 

Sí, tengo deseos de escribir algo muy hermoso,

pero entiendo que algo tan hermoso no puede escribirse,

algo tan bello sólo podemos hacerlo,

construirlo segundo a segundo, deseo por deseo,

lento y formidable, como este amor,

con el cual conquistamos las noches

para amasar, con harina vertida desde la luna,

el pan que devoramos juntos en los amaneceres.