Samuel Santana

Rescatada

De sus hermanas era la menor.

Cuando nació sus padres eran viejos y menesterosos.

Pero en el pueblo era la más

 hermosa entre las doncellas.

Desde joven hombres se fijaron en sus

pechos y en su angulosa cadera.

Su cabello de azabache le llegaba a la cintura y

 tenía el caminar de gacela montés.

He aquí que el hijo menor de un

comerciante meticuloso

la hizo su esposa.

Pero, caprichoso al fin,

a poco la abandonò.

Entonces cayó en manos de un bandolero

 que no solo se sirvió  de su candidez y hermosura,

sino que hizo dinero  entregándola a burdeles y

 a  hombres impíos y de ciudades extraviadas.

La vistieron con ropas llamativas,

le embadurnaron el rostro,

le colgaron joyeles impuros e intentaron

adiestrarla en las artimañas de la mala vida.

Así fue como un gélido diciembre conocí su tristeza

y angustia.

Hablé con su padre y le prometí el rescate.

Sí, pagué y la llevé a mi casa.

Hice que la calentaran,

 le pusieran ungüento en sus heridas

y destruí el almizcle,  

quemé sus trapos,

arrojé al mar las prendas disparatosas,

calcé sus pies con sandalias finas y

ordenè túnicas,

 perfumes, anillos y aretes de oriente.

A causa de su llegada,

artesanos de Sidón fabricaron la cama

y la alcoba fue adornada con seda de Egipto y

 ambientada con ébano, canela y caña aromática.

Puse, además, doncellas a su servicio y

elegantes mozos que tiraran de su carroza.

En mì solo un empeño: borrar el

azaroso y lastroso pasado.

Ahora solo imploro al cielo y a las estrellas

la restauración de su alma

 y el beneplácito de abrevar de su fuente

 por el resto de mi existencia.