Pasaba las horas, allá en mi cabaña,
y nada turbaba mi vida serena,
sintiendo la brisa de agreste montaña,
con frescos aromas de nardo y verbena.
Un día llegaste con risas y canto
y todo en el campo, de amor floreció,
y tanto abandono que fuera quebranto,
de pronto tu magia con rayo encendió.
Aquellos claveles que tristes lloraban
volvieron radiantes de nuevo a la vida,
sus pétalos mustios de nuevo brillaban
trayendo esperanza, de ensueño bruñida.
Trajiste contigo los dulces anhelos
que llevan la esencia de mágico encanto,
con tiernos fulgores de espléndidos cielos
del alma quitaste tristezas y llanto.
Un año completo de dulce alegría,
con besos ardientes, con tanta pasión,
la estancia cubriste con mucha armonía
llenado mi pecho de grande ilusión.
Un día de mayo, que nunca esperaba,
que estaba florida la flor del laurel,
te fuiste en silencio, tu luz se apagaba
Dejando desierto mi bello vergel.
Las rosas que un día gozabas sembrando,
quedaron tan solas al ver tu partida,
su efluvio fragante se fue evaporando
volando en el viento su esencia querida.
Ahora a mis días, allá en la cabaña
a diario le faltan, tus besos, tu aliento,
y paso las horas, allá en la montaña
mirando el futuro mas negro y mas cruento.
Autor: Aníbal Rodríguez.