Cecilio Navarro

Diego e Isabel, los amantes de Teruel.

En la plaza del Torico

se conocieron dos niños,

el amor brotó en sus almas

con la fuerza del destino. 

 

Emergieron las promesas

y sellaron compromisos,

el amor crecía fuerte

con sus muestras de cariño.  

 

Amor que no fue aprobado

por el padre de la novia

ya que el joven no gozaba

de una posición notoria.

 

Salió a buscar la riqueza

luchando con sarracenos,

lo que fuese necesario

con tal de ganar dineros.

 

En cinco años, fijó el plazo,

y cinco  que lo esperó,

obedeciendo a su padre

hasta que muerto creyó.

 

El padre arregló la boda

con un mozo de su agrado,

y el día del desposorio

regresó el enamorado.

 

Ella le dijo dolida

—Que no falte a mi marido,

por la pasión del señor

de rodillas os suplico,

debéis buscar  otra esposa,

pues esto que ha sucedido

a Dios no le ha complacido.

 

Diego reclamó angustioso

— ¡Bésame, por ti me muero!

—¡No! por favor, no me pidas

que haga aquello que no puedo.

 

Y al instante se murió

exhalando sus suspiros

ni un reproche ni un quejido,

sólo muerto por amor. 

 

No pudiendo soportar

verlo muerto sin su beso,

con un velo se cubrió

y marchó para su entierro.

 

Sin importar que dirán

lo besó con tanta fuerza,

que cuando la separaron,

ella... allí yacía muerta. 

 

Ya ves querido lector,

aunque parezca demencia

alguna historia nos cuenta

que se muere, por amor. 

 

 Cecilio Navarro   01/05/2016