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ConfesiĆ³n humana.

Adelante:

cuando bailas y te pierdes,

cuando tu rumbo es incierto,

te proclamas libre, lo gritas, lo escupes.

 

Mil carros cruzan la avenida

y tu quieres estar del otro lado siempre,

te alías con la luna y contratas lágrimas,

te alías con la luna y duermes en su cutis:

y cuando eso pasa, me desmiembro a sorbos,

a lamidos, a ambivalencias.

 

Sumes la vida en una comarca,

por allá lejos del rugir estrépito de tus miedos.

Empeñas tu vida, tus besos, tu rocío eterno

para no quedarte quieta,

porque la quietud te solidifica,

te aburre, te mata.

 

Ya no hay una soledad específica,
sino una soledad burlada y de antaño.


Una soledad arraigada al crujir estrépito
de una muerte estupefacta.


Una soledad abolida por un sueño tranquilo y taciturno,
de una calma activa e ininteligible,
de una vida libre y danzada con los ojos cerrados,
y un par de lágrimas secas en los pómulos.