Hay una tierra bendita
que siempre ha sido sagrada,
bañada por pinceladas
petróleo, hierro y bauxita.
Rica en diamante y pirita
en oro y plata forjada,
y si la agarras cansada
níquel, cobre y dolomita.
Asbesto, cromo, cianita,
magnesio y sal refinada;
de cuarzo y yeso cuajada
caolín, talco y barita.
Manganeso, andalucita,
plomo y zinc por toneladas;
arcilla, titanio, grava,
mercurio, estaño y calcita.
Feldespato, uranio, halita,
carbón y mica rayada;
y por la patria regada
antimonio y bentonita.
Su agricultura amerita
gran superficie sembrada,
de maíz, arroz, cebada,
sorgo y tomate perita.
Melón, lechosa, parchita,
mango y ciruela morada;
y en toda mata cargada
la fruta no se marchita.
Sus playas son exquisitas
de fina arena dorada,
corales de tez rosada
bajo sus aguas habitan.
El Salto Ángel se acredita
ser la más alta cascada,
y cual feróz estocada
al suelo se precipita.
Es un Tepuy que levita
con una fuente encantada,
ostento por Dios creada
que entre las nubes dormita.
Y el Pico Bolívar grita
¡Ven a mi Sierra Nevada!
a dejar tu huella marcada
sobre la nieve te invita.
La historia allí quedó escrita
en tosca piedra labrada,
desde su base escarpada
hasta la cumbre infinita.
Al llano ven de visita
y con la tarde embrujada,
mira pasar la vacada
mientras en calma meditas.
Y si tu pecho se agita
con una linda tonada,
a la primera alborada
oye cantar la pavita.
Joven, gallarda y bonita
ensueño de bien amada,
mi Venezuela adorada
eres mi madre bendita.
Franklin Joel Blanco Aparicio.
Villa de Todos los Santos de Calabozo.
Venezuela.