Alfredo Daniel Lopez

UNA CAJETILLA DE CIGARRILLOS ( CUENTO EN PROSA )

 

Caminé como cada noche, después de ver a mi novia, por aquellas calles casi vacías de mi Callao antiguo.

En la esquina que da a la puerta principal de la Iglesia Matriz del Callao, me percaté de una joven que, casi inmóvil, de pie esperaba a no se quién.

La calle esta vez, se sumía en el más absoluto silencio y estaba solitaria.

Me acerqué a la joven:

- Buenas noches señorita ¿No cree que es peligroso estar usted sola aquí, a esta hora?

Ella me miró, en su cara había tristeza y dolor. No hizo mueca alguna, con la mirada fija, sólo atinó a decir:

- Espero a mi esposo, ha ido a comprar cigarrillos.

La respuesta me sorprendió. Pensé ¿Va a comprar cigarrillos, y deja a su joven esposa aquí sola? había un algo...que no me cuadraba.

Me ofrecí para hacerle compañía un rato, mientras volvía su esposo.

Apenas si cruzamos palabras.
Ella que se hizo llamar Gisela, eso me dijo; sólo comento que hacia un poco más de un año, se casaron en aquella Iglesia Matriz del Callao, donde ella quedó siempre en esperar a su esposo, no entendí esta explicación.

Lo que me intrigaba y mucho, era la hora ¡eran más de media noche!, y detrás de la iglesia había un parque solitario y sólo casas, casas y casas; todas antiguas hechas con quincha y de la época colonial.

Una zona muy mala para andar o esperar.

Así estuve acompañando en silencio a Gisela, que sólo miraba al vacío a la espera de su amado.

Yo estaba muy preocupado, mi madre estaría tan angustiada por mi, no solía hacer esas cosas. Seguro que ya habló con Cecy mi novia - pensé -, y ella le habría confirmado que hacía rato - que yo - me había marchado.

En aquel tiempo no existían teléfonos móviles, y por aquella zona, no había cabinas de teléfono público.

Dieron la una y el esposo de Gisela no llegaba.
Yo estaba muy nervioso, pero Gisela sin cambiar su rostro de tristeza y dolor, no parecía preocupada por la demora de su esposo; solo esperaba, sabía que tenia que esperar.

En vano intenté entablar conversación con ella, seguía con la mirada perdida, me parecía que estaba y a la vez no estaba conmigo.

La calle estaba muy solitaria, más que de costumbre, las pocas farolas, a duras pena iluminaban la calle y de cuando en cuando, algún coche circulaba raudamente por allí.
Yo empezaba a tener miedo, sabía que por aquella zona, en el parque y en las casas traseras, pululaban los fumones. Temí por Gisela y por mi.

Serían algo así como la una y cuarto de la madrugada, ya estábamos en aquella esquina más de una hora, cuando a pesar del mutismo y lo que pensé que era indiferencia hacía mi de Gisela, me atreví a pedir ir a buscar a su esposo, ya que no sólo me preocupaba por él, sino también empezaba la angustia a rondar mi cabeza, por la suerte que podíamos correr Gisela y yo - de seguir acompañándola -, en aquel lugar tan solitario y peligroso.

Gisela a pesar de percibir mi nerviosismo, y más aún siendo mujer, una mujer guapa y joven; se mostró imperturbable, como si nada ni nadie le importara. Cuando le pregunté para ir a buscar a su marido - nunca me dijo su nombre -, de forma serena me contestó que no, que él estaba ya en camino y no tardaría mucho en llegar.

Pasó cerca de una hora más ( eran las dos de la madrugada), yo ya estaba impaciente, y por mi mente corrían mil y un pensamientos, buenos y malos. Hasta pensé en dejar a Gisela, ya que al fin de cuentas ni conversaba conmigo, lo más que pude sacarle de tantos intentos de entablar una charla, eran los monosílabos que a mi tanto perturbaban: \"Sí\" y \"No\".

Ella una joven guapa, unos pocos años mayor que yo, me sorprendió desde un inicio. Era bastante guapa y no vestía como la gente gamberra de allí, tenia estilo. Un vestido amarillo no chillón, con los hombros desnudos y sujeto a los hombros por dos lazos del mismo color y anchos.
El vestido que le llegaba abajo de la rodilla terminaba en encaje, llevaba una chaqueta de piel tipo blues jeans.
No estaba maquillada, más bien parecía muy pálida, lo cual contrarrestaba con su hermoso cabello lacio, negro como el ébano más puro, y que le caía mucho más abajo de los hombros, no puedo dejar mencionar, esos grandes ojos color café, una limeña criolla de las bellas en todo el sentido de la palabra.

No niego que la mire con atención, y pensé que hermosa mujer, pero su rostro pálido, la tristeza y el dolor que de ella percibía, me hizo quitar cualquier idea de coquetear con ella, sólo podía pensar en su seguridad ya que estaba seguro - sin saber el porque, debía protegerla -.

Estando ya a punto \"de tirar la toalla\", e irme, pues ya eran las tres de la madrugada y el susodicho marido, del cual en más de un instante dude de su existencia, no daba señales de vida - situación que no lo había hecho antes la de irme, y quizás nunca lo haría por el gran trauma de \"salvador\", que psicológicamente tenía -, así que pasamos un rato más sin saber más nada de Gisela.

De pronto me asalto la idea, que todo podía ser una encerrona, una trampa para robarme o hacerme daño.
Sude, temblé y comencé a caminar para adelante y para atrás en la acera, cruzando la bella figura de Gisela una y otra y otra vez, alejándome a diestra y sidiestra casi 20 metros.

En aquel momento la angustia se apodero de mi y perdí el control.
Me disponía a salir corriendo a toda pastilla, sin siquiera despedirme de Gisela, cuando al pasar por última vez a su lado, ella me detuvo cogiéndome del brazo - hasta ese momento ni la mano nos dimos -, y esbozando la única sonrisa que le vi, con voz calmada y un tanto tierna se dirigió a mi

- ten calma, a ti esta noche no te pasará nada, mi esposo te premiará cuando llegué por haberme cuidado...puedes estar tranquilo.

Sus palabras, la profundidad de su mirada, y ese leve sonrisa, me devolvieron la calma y me transmitieron una gran paz.

Cuando apareció de improvisto un hombre, que no me percate de donde salió. Eran las cuatro de la madrugada y aquel tipo, a paso lento e inmaculado se acerco a nosotros.
Era el marido de Gisela, un hombre joven, alto, alrededor de 1.75 mts. y de piel trigueña.

Caminó sin prisa a pesar, de ver a su joven esposa acompañada de un desconocido. Pareciera no perturbarle la seguridad de su Gisela. Ella tampoco hacía el menor gesto, por correr y abrazar a su marido.
Todo me supo raro...muy raro.

El marido se acercó a su esposa, pasando por mi lado sin decir nada. Miró a su esposa, sacó del bolsillo de la camisa, la cajetilla de cigarrillos sin desprecintar

- Aquí lo tienes mi amor, los cigarrillos que deseas y te prometí.

Dicho esto se giró a mí, me dijo gracias y me cogió de la mano, dando un fuerte apretón. Al instante sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo, y una sensación semejante al vértigo adueñarse de mi.

El marido que tampoco me dijo su nombre, agarró de la mano a su esposa, y ambos se fueron a sentar en las escalinatas de la Iglesia, para desprecintar la cajetilla y fumar con calma el tan ansiado cigarrillo.

No entendí nada, eran las cuatro pasadas de la madrugada, y ellos disfrutando de fumar unos cigarrillos
que si bien es cierto, habían deseado y esperado juntos, pero ¿No podían fumarlos ya en casa? ¿Por qué sentarse en los peldaños de la Iglesia a fumar?.

Taciturno, confundido y con una extraña sensación en el cuerpo, me despedí de la pareja sin acercarme a ellos, los cuales como si el mundo no existiera, siguieron disfrutando de su cigarrillo al amparo, de la Iglesia Matriz del Callao, lugar donde se dieron el \"Si quiero\".

Me marché con un breve \"adios\" y retomé la Av. Sáenz Peña - la calle principal, la más alumbrada y segura -, camino a casa.
Cuando llegué mi madre estaba llorando, le pedí perdón mientras le contaba lo sucedido.

A la mañana siguiente, como estaba de vacaciones en la universidad me levanté muy tarde, era ya más de mediodía, y me dispuse a desayunar.

Encendí la televisión y estaba el telediario dando la noticia, que en la noche anterior, en una callejuela a unas cinco calles de la Iglesia Matriz del Callao, se había producido un doble homicidio.

Una banda de chicos drogados, habían asaltado a una pareja, que buscaba un kiosko donde comprar cigarrillos.

El locutor dijo que el asalto se produjo sobre las 22:00 horas, parece ser que el hombre opuso resistencia y los drogadictos les hirieron con sus navajas, primero a la esposa y luego a él, ambos aparecieron ensangrentados por todo el cuerpo.

El primer parte decía, que la mujer murió poco antes de las doce de la medianoche y que el hombre murió cerca de las cuatro de la madrugada, luego de una larga agonía.

La noticia acabó, con un comunicado de la alcaldía del Callao, que invitaba a toda la comunidad, a la misa de cuerpo presente, que se celebraría dos días después, en la Iglesia Matriz del Callao, según deseo expreso de los esposos, que lo dijeron el día de sus votos matrimoniales.

Desde aquel día, esta trágica pareja me otorgó, creo yo con el apretón de manos del marido, el don de ver y despedir a los muertos, momentos antes de marchar.

Llevó ya despidiendo desde la distancia - hoy estoy en Barcelona, España -, a una docena de seres queridos, antes de que crucen al otro lado.
Yo no lo pedí, pero ahora entiendo el porque.

Alfredo Daniel Lopez
24 - 11 - 2015
Barcelona - España.