A usted por ciertos amores
A usted por ciertos dolores
Arianna, 1960
Venía a ver en ella entonces, una especie de hermosura clandestina que se le escapaba casi secretamente por los ojos, casi discretamente por el cristal de unos lentes que si no hubiese sido por esa gustosa y apasionada manera de mirar las cosas hubiese afirmado deberas que hacian estorbo en esa delicada cara de melocotón o cuerpo de uvas. Pero no era así, las cosas no eran así, y cada vez que la miraba ella parecía volverse más y más linda; superando por belleza a la que ayer era hermosa pero no tan hermosa, volviéndose hoy entonces una belleza multiplicada por dos, o por tres, dando como resultado una masa homogénea de sonrisas y dulzura: como una perfección hecha persona: como un sueño dentro de un sueño y hecho realidad. Tal vez más y más lindo, pero era difícil describir lo precioso con palabras, o mejor dicho: describirla a ella con palabras porque su esencia no lo permitía, porque estaba aquí para ser amada o ser odiada; y cuando digo «odiada» me refiero a algo más: a un haberle amado tanto; porque odiar sin haber amado es como comer sin nunca haber tenido hambre, algo así como amar sin ser amado, o aún peor. Pero no iba al caso tanta tontería, porque el tiempo pasaba y ella cada vez más y más coqueta; más kitty o más preciosa; más rosa o más poema. Mientras que yo parecía ir a la inversa de las cosas: un poco más viejo de a ratos, un poco más terco y comprometido, un poco más amargo... y a veces, sólo a veces, que ocupaba el tiempo escribiendo prosas o poemas.