La calle va gritando
entre motores y bocinas;
adentro de cada mundo
el conductor también grita
con los pies y las manos.
Aturdido acelera impaciente,
golpea a fondo la bocina,
mastica a rabiar el enojo
de lo que no dijo en casa,
en la calle o la oficina.
Inunda con olas de furia
la triste caja de metal
que lo lleva a algún lado,
escapando de donde vino,
de las mentiras, las burlas
y los juicios adelantados.
Va tan rápido como puede
a donde no quiere ir
y se olvida del camino,
de sentirlo, de respirarlo.
Va muriendo apurado
cargando el corazón de ira
en un mundo podrido
que solo quiere arrollarlo.
Victoria Montes
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