Julio Viyerio

Del Quijote

Tenaz referente del crudo sarcasmo,

censor de la vieja Castilla, sin tino,

del lar del buen juicio marchóse montando

su dócil jamelgo de paso tranquilo.

Manchega llanura; gigantes furiosos

cual aspas rotaron sus brazos impíos,

Quijote de prisa tomó valeroso

el guante severo de tal desafío.

Por fin sus reproches calló el escudero

fiel Sancho, su amo de lanza provisto,

también de pulida rodela de acero,

a dar escarmiento, corrió sin aviso.

Peinó Rocinante su crin con el viento.

Alonso cautivo del propio delirio

cargó sobre otro temible Briareo

allí camuflado de blanco molino.

Echada la suerte leyó con sus huesos

de tan terca industria su fin consabido,

corcel y jinete que rápido fueron

lanzados con furia mordieron el piso.

Alonso Quijano, sagaz, se negaba

a ser despojado por tan despectivo

frestón a quien solo la pluma dorada

del magno Cervantes dejó sin hechizos.