Oscar Perez

Regreso al árbol

Regreso al árbol

 

Entre redes de lluvia, entre pantanos

de plena soledad y cuatro panes,

entre la sopa fría de los males

que quedan por vivir, entre relojes,

entre la libertad de quienes cantan

y quienes por garganta tienen piedras

o cálculos sin piel, ruedas del tiempo

que a veces, por tragar, los deglutieron

en la noche, en la verdad, en la agonía,

entre electricidad vuelta caricia

y un beso hecho temblor, y una mentira

que cobra en la verdad un solo puesto

y en él el vencedor sólo sonríe

tras la máscara que le dio el duro silencio,

entre, insisto, la edad de los caimanes,

cadenas montañosas y pendones,

orígenes del mundo, vueltos flechas

y estatuas tutelares de fresca savia verde,

a alumnos de la selva reconozco cual semillas

que en la escuela del rocío echan raíces,

para volver después de un largo viaje

vueltos sauces, alerces, araucarias matinales

y robles sin crueldad en su estructura,

en su simple humedad de hijos del cielo,

que esperan por el ángel de la sierra

y por el ogro que parte en dos su pecho

para forjar mesas futuras y camas y graneros,

en el bosque del sur de mis recuerdos,

allí donde hay arañas prodigiosas

lanzándose en su azul paracaídas

para atrapar las moscas del abeto,

para encriptar sus huevos en la entraña

de un viejo saltamontes casi muerto ya de pena,

es allí donde las redes me devuelven

a un musgo color piel, color infancia

en que desnudos los pies se me adentraron

sobre flechas de pino ya doradas por el fuego,

ya anaranjadas por el peso del otoño

y en directa dirección a un humus terco,

allí me doblegué ante mis hermanos,

árboles más sabios que la luna,

más altos que el amor, con más raíces

que los pobres humanos trashumantes,

allí me acariciaron las semillas,

las ramas del color del mismo cielo,

las hojas reflectantes del sol padre

y el aire de una paz por siempre ahíta,

recuérdanos, dijeron las raíces,

habítanos, me dijo el viejo tronco

y en cada corazón de la madera,

en cada silla, puerta, fósforo inclemente,

reviso y revisito aquel pasado,

en ese lápiz con que el niño me sorprende

sacando como un mago mil dibujos de sus manos,

en cada mesa llena de invitados

en que la sopa huele a un sol de gloria

y el diálogo sucede cual las lianas

que ataron su verdad al corazón de los viajeros,

y en cada fiel cuaderno, hojas de luna,

abrazo el porvenir de aquellos años,

las letras son las flores que abalanzan

su aroma y se belleza entre abedules,

las huellas de un arroyo son palabras

que siempre abrevarán mi pensamiento,

y el himno que aprendí por las ciudades

sé que no es otro que el que ayer me diera el árbol,

el padre de la vida, el emisario,

que sin pie recorrió toda la historia

para dejarme aquí este fiel cuaderno,

para aguardar conmigo un fruto fértil

en que nos abracemos como niños

cuando ya la primavera esté de vuelta entre nosotros.

 

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16 09 14