Diaz Valero Alejandro José

Alba y su dinosaurio (Cuento)

 

En una ciudad llamada Yamacar, vivía una niña llamada Alba, a ella le fascinaba levantarse temprano cada mañana, pues así podía olfatear el fresco aroma que despedían las flores en el alba; sí, en el alba, pues así se le dice a las horas de la mañana.

 

Alba adoraba al alba, debe ser porque le gustaban las flores, porque además era como reencontrarse con su propio nombre.

 

Un día Alba descubrió que a las horas de la mañana también se le dice aurora, igual que una amiga que ella tenía, a la que también le gustaban las flores, tal vez por eso eran grandes amigas.

 

Alba amaba a la música, en especial su querido “cuatro” un instrumento de cuerda que le habían regalado cuando era muy niña, y aunque apenas tenía diez años, ya ejecutaba bellas melodías con su instrumento.

 

- Quiero afinar el cuatro de otra manera, le decía Alba a su mamá.

 

- Pero hija el cuatro siempre se afina con el famoso “cam-bur-pin-tón”

 

- Yo quiero que mi cuatro tenga otra afinación distinta

 

- ¿Y que piensas hacer hijita? Tú sabes que yo no sé mucho de eso

 

- Déjame pensar mamá, después te digo

 

Y así pasaron los días y Alba rasgaba y rasgaba las cuerdas de su melodioso cuatro pensando en las flores que perfumaban el alba al son de su cam-bur-pin-tón.

 

Una tarde en sus horas de siesta Alba tuvo un sueño, un hermoso sueño, Soñó que ella vivía en la era prehistórica y pudo ver de cerca inmensos dinosaurios, no como los que siempre veía en los libros y en la televisión, ni siquiera los que ella tenía de juguetes; no, éstos eran distintos, eran gigantes y poderosos que destrozaban todo a su paso.

 

Alba no sintió miedo aunque ella sabía que los dinosaurios atacaban al hombre, así como el hombre atacaba a los dinosaurios.

 

Al despertar del sueño Alba sintió tristeza al recordar que los dinosaurios se extinguieron hace millones de años. Sin embargo su tristeza duró poco tiempo, ya que por su mente cruzó una idea al recordar el sueño.

 

Alba decidió no tocar su cuatro con la afinación cam-bur-pin-tón, ahora lo tocaría con la afinación “di-no-sau-rio” y aunque no era el mismo sonido, se sentía feliz de tocar el instrumento que tanto amaba con la afinación de su animal preferido.


Y así mientras en las tardes floreadas de la hermosa Yamacar, las flores perfumaban el ambiente, Alba con su cuatro afinado en “di-no-sau-rio” cantaba una hermosa canción que había compuesto después del sueño.

 

Ven dinosaurio
vamos a jugar
el abecedario
te voy a enseñar
hubo un comentario
que en el vecindario
escuche ayer
que por estrafalario
no sabes leer.

 

Ven dinosaurio
vamos a jugar
el abecedario
te voy a enseñar.
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FIN

 

Autor: Alejandro J. Díaz Valero

Maracaibo Venezuela