nelida anderson parini

LUNA LLENA, ENCUENTROS Y DESENCUENTROS. ( FINAL)

Las cadenas resonaban

con una fuerza espantosa

y por la ruta escabrosa

velozmente se acercaban;

a su paso destrozaban

cuanto hubiese en su camino

triturando cual molino

hojas, ramas y otras cosas,

pareciendo que furiosas

levantaban torbellino.

 

El pavor nos invadía

de los pies hasta los dientes

abrazados y carentes

de defensa y valentía;

cada cual se protegía

según su propia destreza

apelando a su viveza,

fortaleza y nerviosismo

vigilaba de sí mismo

desde su propia torpeza.

 

 

Para entonces Susanita

tan decidida y tan terca

llegando estaba a la cerca

con una audacia inaudita;

el sentimiento la incita

a desoír su temor

e imponiéndose su amor

llama a su perro a mil voces,

sospechando hechos atroces

intensificó el clamor.

 

La vegetación temblaba

inserta en la conmoción

tan grande perturbación

hasta al follaje alcanzaba.

El temor que allí acechaba

a todos estremecía,

ya que a lo lejos se oía

el quejido lastimero,

de aquel perro zalamero

que a su amiga respondía.

 

De pronto entre los arbustos

el crujir de la madera

que al desgarrarse perdiera

trozos frágiles y adustos.

Eran los leños vetustos

de un cafeto abandonado

que mantenían postrado

aquel poder tan genuino,

del temerario canino

en brega muy  apurado.

 

El matorral agitado

con tantos gritos y penas

daba paso a las cadenas

de animal endemoniado,

abriéndose apresurado

desde matorral adentro

marcaba ruta de encuentro

al final inevitable,

de aquel hecho memorable

de un encuentro y desencuentro.

 

 

Sucedió que al darse cuenta

que el peligro se acercaba

Susana ya no gritaba

mas permanecía atenta;

de toda prudencia exenta

expuesta se mantenía

sabiendo que no podía

abandonar a su perro,

su sentimiento cual hierro

erguida la sostenía.

 

Desde charral provenían

mil diferentes sonidos

que al sernos desconocidos

a escapar nos compelían;

mas los tiempos requerían

de un puñado de valientes

y así apretando los dientes

nos dispusimos a todo,

tratando de hallar el modo

de controlar nuestras mentes.

 

La llama de la fogata

con el viento revivía

la leña verde que ardía

crujía de pena ingrata;

cual dolor que se dilata

entre afán y pesadumbre,

con el vaivén de su lumbre

se encendían los sentidos

tornándolos prevenidos

en medio de incertidumbre.

 

De un salto entre los matones

apareció al fin el perro

regresando del destierro

cubierto de sabañones;

relamido de emociones

sus congojas nos narraba

su larga cadena halaba

sobre la grava ruidosa,

mientras su nariz curiosa

algo extraño olfateaba.

 

Vaya curiosa jugada

la oscuridad orquestó

nuestro miedo desató

sin darnos tiempo de nada;

una mente prejuiciada

ejerce un poder extraño

puede causar mucho daño

infundiendo desconcierto,

nebuloso hace lo cierto

y con prejuicio hace engaño.

 

La presencia del Cadejos

en aquella noche oscura

en mis recuerdos figura

con otros cuentos ya añejos,

que no son más que reflejos

de los años ya vividos,

que afloran agradecidos

perfumados de añoranza

cuando alguna remembranza

los da por muy distinguidos.