Alberto Moll

Obras de arte

 

Qué confusa ansiedad insoslayable

agita y enmaraña mi conciencia

en aquellos momentos fascinantes

en que mi pobre mente apasionada

halla ante sí una bella obra de arte!

¡Qué fuertes sentimientos contrapuestos!

¡Qué intensa conmoción inenarrable

agita las neuronas de mi mente

en una desazón inevitable

entre el goce integral de la belleza

y el pensar, de una forma obsesionante,

en el proceso ignoto y olvidado

de su ejecución física inquietante!

Pues ¿acaso de tantas maravillas

que a lo largo de siglos incontables

esta humanidad nuestra ha ido erigiendo,

un amplio y triste número abundante

no ha sido aciago fruto doloroso

de dura explotación, miseria y sangre?

¿Acaso aquellas manos delicadas

de los reyes, los nobles, los magnates

–así civiles como religiosos–,

trasegaron los rudos materiales

con que se alzaron obras tan grandiosas?

¿Acaso el costo de esos deslumbrantes

monumentos que arroban y embelesan

fue financiado de un modo honorable

con sudadas monedas del trabajo

de sus acaudalados ordenantes?

¿Acaso esos recursos no salieron

del expolio, en mayor o menor parte,

de las gentes anónimas del pueblo,

que sufrieron su yugo con aguante,

oprimidas, sumisas, obedientes,

y apremiadas de forma intolerante

a sufragar con diezmos y tributos

la opulencia altanera y arrogante

de los grandes magnates poderosos?

Nuestros ojos ya pueden afanarse

en inútil esfuerzo minucioso

por encontrar las huellas lacerantes

del sudor y el dolor de aquellos hombres

que sufragaron con su vida el arte,

al menos en lugares y milenios

páramos yermos de avances sociales.

Nunca veremos, no, su nombre escrito

en las talladas piedras , ni en la imagen,

ni en el cuadro que admiran nuestros ojos,

ni en partituras que al oído se abren

cuando un artista extrae sus armonías

de sublime esplendor apasionante.

¡De esos oscuros hombres quiero hablaros!

¡Son millones, lo sé! ¡Son incontables!

La humildad cruda de sus existencias

sus nombres, inclemente e implacable,

ha borrado del libro de la Historia.

Mas fue su anonimato inestimable

quien permitió que fueran costeadas

joyas de una belleza imponderable.

 

¡A vosotros, incógnitos fautores,

mi gratitud más honda y exultante!