Yadira Murta

O

 

Y la boca se abrió y puso nombre

 

a lo que los ojos distinguían,

 

A los matices y a la deserción de ellos.

 

A lo que la nariz descubría,

 

al azufre, la resina y el incienso.

 

A lo que al oído llegaba,

 

al bestial rugido y al turbador goteo.

 

A lo que la piel juzgaba,

 

a lo manso y suave, al atrevido fresco.

 

Y siguió poniendo nombre

 

a emociones, a desconciertos.

 

Siempre queriendo definir lo indefinido,

 

como tomando campo sobre ello.

 

Y la boca nunca más pudo cerrarse

 

ante la perpetua, infinita fila

 

de cosas a nombrarse.