Marellia

A un hombre, carta

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Tengo ante mí tu imagen imborrable de hombre AMAUTA,

 amante compañero, compinche de tristeza y alegrías,

 tus manos extendidas en la ofrenda de la entrega,

un sentimiento que se amalgama y licua hasta fluir etéreo,

 casi perfecto en la imperfección humana.

Nada me debes, nada te debo, mas aún nada Nos debemos,

 todo lo dimos en cada encuentro,

cuando nuestras palabras abrazaban los silencio,

cuando nuestros ojos hablaban con el corazón abierto.

Juntos fuimos jóvenes ancestrales descubriendo la amistad

y el amor que todo lo transforma y engrandece.

Fue un largo camino, un duro aprendizaje,

 este de andar a tientas , titubeantes,

cual borrachos ebrios de soledad y olvido,

despoblados, cuerpos cansados, vagabundos,

 ausentes de un entorno que asfixia y demanda.

 

EncontrarNos, fue un remanso de paz.

DesnudarNos hasta quedar en carne viva, conseguir la libertad.

Poner nuestros rostros al sol para que el tibio sol

y el fresco aire secara lagrimas de antaño, lavara nuestros ojos, renacer.

 

Y acá estamos hoy, 

mirándoNos a los ojos, en la ternura que abriga, en el silencio que acaricia,

 en el beso imperceptible que roza  los labios y se guarda en el corazón.

Es la entrega que ennoblece y hace grande los pequeños gestos de cada día, donde el amor se redime en comunión,

quitando el herrumbre de viejas heridas, alivianando el peso de tristeza y dolor.  

Aquí mis manos, sostenidas a las tuyas, mis pasos en tu huella y tu abrazo, siempre tu abrazo que me alcanza, me acomoda a tu costado

y me (NOS) da la libertad.