Antonio Fernández López

PLEGARIA.-

 

 

 

            Desde los vientos anónimos se me acercan abrazos entrañables.

 

            Bendigo el viento vagabundo, que nadie sabe su origen ni destino, porque él me mima con su larga caricia.

 

            Bendigo lo sin nombre porque, sin ser de nadie, cada uno es el dueño.

 

            El viento anónimo es el producto de las espiraciones de los muertos,

por eso, cuando el viento salvaje revuelve mis cabellos, yo me acuerdo de mis padres no llorados y mis hijos muertos,

todos muertros en el olvido

y elevo una oración de moribundo errante.

 

            El viento sabe mi nombre.

            Él me bautizó con un beso natural : ¡ANTONIO !.

            Yo hubiera querido mejor llamarme viento, pero él quiso que me llamara Antonio.

            Ahora he de dar mi testimonio antoníaco para que la tierra tenga un soporte de justificación en mi cuerpo.

 

- ¡Hermanos !,

vosotros que mirais desde vuestros ojos ciegos,

vosotros que habeis hecho de las cuencas de vuestros ojos grandes semilleros de vida.

¡Escuchadme !.

            Venid a mí en esta mañana en que la lluvia me acompaña y medid mi pecho por si no da la anchura suficiente.

 

            Venid, hermanos,

desconocidos hermanos en el misterio de la vida.

No os olvideis de este suplicante que se derrite en los estertores de los días.

 

            Mi dosis de testigo flaquea porque la carne es flaca,

pero vosotros sois fuertes,

muy fuertes desde vuestras piedras y desde vuestras ramas.

 

            Yo espero. Espero vuestra resurrección en mí.

Vosotros resucitareis en mí. Os uniréis en mi palabra.

Por vosotros seguiré bendiciendo mis lágrimas y las lágrimas de todo el mundo,

por vosotros seguiré sembrando guerra y discordia en los corazones

hasta que todos resuciten dóciles a nuestra tierra y dóciles a la palabra dócil y penetrante de los humildes.

 

Por vosotros, hombres muertos en la gloria o el desprecio del mundo,

por vosotros, hijos míos no nacidos, que cantais bajo las ubres de la tierra vuestra inocente canción de neófitos,

por vosotros, hermanos del ayer y del mañana, que testimoniais mi muerte, yo seguiré cantendo a la Tierra y al Hombre y a tántas cosas.

 

            Tomad mi mano de muerto y acopladla a vuestro pecho, para que yo pueda decir que he palpado el latido de los hombres.

 

            Así. Estad siempre así. Tan cerca, tan calientes de espíritu para conmigo como en este momento.

            Que yo sienta en mi soledad, los millones de cuerpos y milenios que me clavan al mundo.

                                                                                           Mayo l.968