chrix

Mi mejor recuerdo

Aguzó su gris el alba sobre paraguas  despabilando la lluvia, se rompieron las palabras en el frenesí de gotas suicidas, lo cóncavo se hizo charco y retazo de una gran pantalla donde a medias queda la cuenta de la vida, una película urbana entre la muchedumbre y lo cotidiano.

Yo la quería, en días como estos,  nuestras manos anudadas en fría lluvia, vencían la batalla de la gélida soledad, los charcos proyectaban nuestras sonrisas y manchábamos el gris con los colores derramados a cada latido. Era álgida su nariz pero su boca derretía mi fuego, faltaban las melodías de pájaros en las copas de los arboles, pero cada eco de las gotas quedaban seducidas por su sonrisa.

 

“Yo la quería, mojada igual… ¡y, cuanto la quería!.

Hubiera querido arreciar la aguja del tiempo

y derretirlo en adarme grano de arena,

para que su belleza cabalgue eterna del momento.

La miré tan profundo que pude darme cuenta que  las primaveras se habían cobrado su paso,

pero no vencieron su juventud  que refulgía

 como un faro  imponente desde el piélago

oculto tras su rugosa piel.

Su níveo cabello revuelto, adornado en gotas

parodiando un árbol navideño, su bufanda rosa

abrazando de dulzura su cuello, todo en ella, todo,

provocaba en mi el adagio de amor que se pregona en silencio.

 Y entonces quise gritarle al mundo,

necesité que sea distinto el momento,

llenar de metáforas cada caricia para que se resistieran al olvido.”

 

La busqué en vano desandando la ruta que extravió nuestras huellas, en el encausto plomizo,  entre el cemento y la alfombra de cirros levitando como vendas de un añil cielo, no pude borrar sus brillantes ojos repletos de dulzura, y me quedé pendulando en el remolino imperceptible acobardado por sus pestañeos. Todo lo inerte yacía intacto en el montaje distraído, todo tenía olor a escenario deshabitado, pero los libretos se habían mojado.

Hoy entiendo la tristeza de los bancos, me volví cartílago en el esqueleto de esta vida.

Mis parpados como acariciando la somnolencia de la mirada se recuestan vencidos al hundir mi respiración en las entrañas de mis pulmones, y si respiro, me vuelvo un desertor de mi propia vida, le tengo un miedo infantil a los muebles de mi hogar, no me resigno  al desasosiego espeluznante que causa tanto silencio, los pasillos, los rincones y los retratos se aferran abúlicos a una revolución de destierro y soledad… ya no quiero volver.

Quisiera esperar y cantarle una canción de cuna al horizonte que se apague la luz al ritmo de mis ojos, dejar mis latidos en las hojas y los troncos, esperar que me tomes la mano otra vez hasta descansar a tu lado en lo eterno.