Sandro Tovar

Hojas Verdes

Detrás del telón, quieto y nervioso espera mi actor, ha ya tiempo de eso, de tanto ensayo, de fingir constante, imbuirse en el personaje ahora suyo, y cuando el telón se abre, las luminarias rasgan su piel como saetas encendidas, cegado avanza, viene la catarsis, se mueve hacia dentro y al turno gesticula y pregunta, ¿Por qué?

Nadie contesta, el circo le observa, la retórica muestra un actor solo, y mas abajo la desolación, entonces todo se va apagando lenta y gradualmente, es por dentro donde todo aquello pasa y no es real… es la muerte que avanza y se lo come. Muere solo.

Ya no hay vida estando solo, una vida pegada al eco insistente que tala y se oye por todas partes. Y alguno de esos ruidos se parece a un ¿Por qué? Pero ¿Quién lo dice?

Tal vez el dolor mas grande que existe sea el de nacer, cuando nos damos cuenta que debemos respirar por vez primera, expulsados por naturaleza de la madre nuestra..

Así termina aquel arrullo y nos damos cuenta que lloramos, aprendemos en un instante que el dolor de vivir estando fuera, será por siempre.

Pasado un tiempo ves caer tus pensamientos, ves caer las hojas muertas, ves una razón, y la razón se pierde en el estado que las cubre, en la vida que se agota a cada instante, caen las hojas, caen, y recuerdas cuando niño, que alguien ajeno te decía al mirar tu suelo añejo, ¡siempre caen mira, por que es otoño…! Pero ahora es diferente, aquellas eran ocres, estas de hoy, ¡son verdes!

En algún lugar del pecho, encerrado, meditabundo, habita un niño de mirada como sol, deslumbrante y vivo, y de sus manos se desprenden sueños y preguntas miles, como flores que palpitan y danzan hasta cubrir el tiempo que caminas, que hieres con tus pasos viejos, sin poder ver luz, sin poder amanecer en el encanto de las cosas nuevas, y transformarlas a tu antojo, es un juego perdurable. Es el niño que tenemos dentro, entre absurdas cosas. Jamás crece, jamás se cansa de tenerte una sonrisa, aunque al verlo le rechaces y te sigas a lo largo, pendiente de lo que te amarga, que te borra con el tiempo, que te quita ese sentimiento de ternura que cobija tu alma pura, el alma que te  sigue como si de veras fuera tuya.

Caen las hojas verdes sin embargo, ya no hay niño, porque la vida ha girado y se descompone en sentido opuesto, y en este suelo que ahora miro donde yace mi actor muerto, hay miles de estas hojas, pero todas verdes. ¿Por qué?

Mientras tanto, otro hombre va y descuelga artefactos de ese árbol, los descuelga cansado y asustado, es un hombre que vive fuera de mi circo, de este mi escenario, es el hombre actual que tampoco siente, que tala y sigue sin cesar, que actúa ser un hombre ya maduro y cansado de ver, de razonar. El hombre aquel nos mira a todos y se lastima, se santigua, y se va con los demás. Las hojas caen y gritan, gritan como el hombre, no crujen como antes al pisarlas, se sienten caer vivas, se sienten sin decir, sin preguntar, y aunque todo es tan extraño para mi, también he dejado de creer, y he preguntado al hombre ¿Por qué y para que? Yo también, he comenzado a existir. Ahora empiezo a actuar, me redoblo en mis entrañas ya deshechas, y el dolor me agobia, casi me envenena, me mantiene quieto y casi muerto, sin poder siquiera respirar. Ahora el acto es mío, en una transposición de objetos y escenarios, yo empiezo a ser el protagonista de mi propia historia, ahora yo soy el que esta muriendo tirado en el suelo cubierto de hojas verdes.

El primer hombre sigue caminando, cavilando ahora en si, distinguiendo aquel que fue, y que se ha dormido dentro, no lo siento, no lo veo, tal vez se fue siguiendo aquella voz de los demás, de los que corrieron antes, y me deja aquí en lugar suyo, tirado y casi muerto, entonces todo se fue haciendo lento, sus pasos se callaron, la sombra se detuvo, y entonces ha dejado de sentir también, no es otoño, ya no es nada, era hora de morir. Y hasta creo que:

El primer hombre ha muerto antes y mata al niño que una vez yo fui.        

Ahora soy yo el que grita sin sentido y digo, pienso:

Ame todo, pero mas las pisadas que crujían, y levaban cánticos de niño, uno que cuando corría, detenía el sol, tal vez también corría cuando alguien le gritaba, pero era un sueño que ahora se ha perdido en realidad, por que me quede pensando solamente, me quede solo un instante, bajo el árbol, creyendo que era otro personaje el que estaba aquí, pero era yo, yo mismo viendo las cosas que suceden en un escenario que no existía mas que en mi imaginación, y cayo pesada aquella rama, destrozando todo, cayo muriendo, matándome, abrazando entre sus hojas verdes mi cuerpo que se hundía, observaba todo desde ahí, pero mas no supe que. El primer hombre era yo.

No escuchaba nada, solo veía la lentitud, como cuando todo se va marchando, es el silencio de la muerte, un momento antes de correr, como si fuera niño aun, y en esa  esperanza lo perdí todo, la vida, el amor, mis pasos que corrían. Perdí la vida pegada al pecho que nos guarda. Que guarda tantas cosas, como el pequeño teatro donde a veces te metes a gesticular y conocerte tal cual eres, con tu alma muerta y callada que nunca dijo nada.

Caen las hojas verdes, caen encima mío, me trasponen ante lo real, pero ya no siento nada, todos miran a mi rededor, miran al hombre quieto, y sus pasos me recuerdan mis pisadas, mis otoños que crujieron antes, quisiera que volviera a ser aquello, que se regresara el tiempo, morir de otra manera, aunque  antes todo fuera gris, pero ahora que he cambiado de color las cosas, noto que el trasfondo de todo esto, no puede parecerse a nada, hay diferentes colores con formas aparentemente nuevas, pero el panorama si es igual, está la aburrida espera de que llegue algo, de que llegue alguien, y sigo pensando en todo esto, tirado y maltrecho, sin poder moverme, el dolor de la vida que era constante ya se ha ido, hasta siento paz, y regreso a la pregunta eterna y se escucha un ¿Por qué? Pero nadie me responde todos miran quietos, como si fuera cosa rara que se agita. Que se descompone con el tiempo, ¿de donde habrá salido? Se preguntan todos, ¡se ve que no es de aquí!, y quisiera hablar, gritarles y enseñarles que no debían romperlo todo, que las hojas deberían caerse solas cuando lleguen al otoño, preguntarles ¿Que hace el hombre para que perdure? ¡Nada! Solo mata y tala, tira ramas que me matan, y ya nada ha de recrearse, morirá el hombre para que sobreviva una idea, para hacer algo nuevo, determinar la edad de las cosas o hacer que los demás volteen y miren este mundo, que se derrite ante las circunstancias, pero nunca hubo nadie, actúe siempre solo, sin espectadores, sin una respuesta o un repudio, solo fui un actor que iba y venia solo, pero esta ves me ha tocado actuar mi muerte. Sin saber siquiera que actuamos siempre, que cada momento de nuestro existir esta determinado por algo que nos piensa, algo como el que escribe y se convierte en el actor de sus propias historias, de sus escenarios verdes y ocres, para hacer un poco mas triste, adversa, o feliz, esta vida. Como cuando éramos niños y todos nuestros personajes de cuentos y hadas jamás morían, por que no sabíamos nada de la vida misma. De la muerte que nos llama a cada instante parada en una esquina.

En el escenario de mi circo, a veces hay muertos, a veces hay una realidad escondida, a veces pienso que cada quien hace sus propias historias y las cuenta tantas veces, que aburridos, terminamos por hacer las propias.

¿Qué personaje te gustaría ser, aquí, ahora? Ahora que el que escribe ha muerto y el actor se ha ido. Cansados estamos ya de tanta faramalla ¿habrá alguien que escriba diferente?          

Para mi hermano José Carlos, que sigue actuando y quizá parafraseando a Bertolt Brecht

 S.T.