Tony Obando

Crónica de una astilla

Por cuestiones de tropiezos,

 de la vida hicimos uno.

Miraba mis manos,

y ahí te encontrabas, 

desconocida, cálida e hiriente,

retoñante de mi piel,

y vigorosa de mi sangre,

protegida entre mi carne

reposabas imponente

desplegando tus raíces.

¿Quién eres?  Pregunté.

Esperé y esperé,

imaginé  un tallo y unas hojas,

quizá de aire o unas rosas

imaginé el aroma

entre mi palma

y una caricia  entre mis dedos,

 y aún sin conocerte

llegué a amarte

porque de mí

formabas parte,

porque existíamos

yo y tú en uno solo

porque éramos

solamente éramos,

y esperé de tu cariño

cuanto tiempo lo esperé,

tu vivías, me sabías,

y  yo de la esperanza,

de la rosa o de la hoja

añoraba mirarte.

Esperé y esperé,

tú, grotesca,

verdugo del sentir,

cuánto seco dolor

a pesar de que éramos,

solamente éramos,

hasta que tú fuiste,

y solo tú fuiste,

 te sentía y me dolías,

mala sangre.

Dado el caso

procedí a descubrirte

con mi dolor te resistías

te aferrabas a mi mano

al amor que te tenía.

y contuve el aire

 y retuve al tiempo

y con una mueca

y de un  jalón

te descubrí

inerte y desterrada,

ni espiga de rosa,

ni semilla de aire,

te descubrí,

destinada a mi olvido.