Diego Trujillo

Alunizaje en Buenos Aires.

No te extraño cuando me brindan café y a sorbos leo hojas de tabaco. No te extraño cuando me apuñala la duda y no sé si fui yo quien nunca pudo volar. No te extraño cuando me acorralan las puertas y se abren para librarme de vos y yo me quedo cautivo.


No te extraño, mujer, no te extraño. Cuando despegan las palomas de mi techo y yo me quedo mirando las cobijas. Cuando de pronto retumban las campanas y muy lejos te llora un eco de sollozo. No te extraño cuando me limpio los dientes y no salen hilos de tu carne.


No te extraño cuando me rindo en los buses y no te encuentro suspendida en las paradas. Ni al pulir las medallas y el sepulcro de cronos. Ni al pisar la maleza, ni al vaciar la maleta y encontrarte doblada. Ni al llenar de lumbreras el plumaje de aviones.


Pero hay algo, un cuando, que sí te echa de menos y es que te extraño cuando a las seis se encienden todas las luces, el mar vigila la costa, la tarde duele entre dormida, todos se encierran en casa y yo me quedo tiritando al saber que al menos hoy, no llamas.

 

Diego Trujillo