arturo cortaz.

Después.

Al preguntarle cómo se sentía,  no aguantó el llanto, sus ojos se hundieron como dos cráteres salificados, sus labios se fruncieron cual sabanas de cuna y sus manos, sus manos tuvieron un ritmo cardiaco masivo.

Ha perdido su vida aunque no está en una tumba,

 ha perdido su cordura pero no su esperanza,

ayer se fue su amor pero no su recuerdo. Los años pesan, el amor consuetudo es el más intransigente, el más infinito, el más desgarrador.

 Su dolor no es completamente comprensible por otras aortas, (ni por mí, que lloro con él), un simple – no se ponga triste, ya no piense cosas malas, mañana será un buen día,- son inútiles, estúpidas.

Su soledad no es poética, es absurdamente inmensa, sus canas dejaron de ser certificados de experiencia para convertirse en telarañas. Sus oídos ya no escuchan palabras ni sonidos, solo el eco vacío de su desierto.

Sus lágrimas dejaron de ser una bandera a su ánimo, ahora son meros reflejos a la luz, su cuerpo no pide más que un descanso nocturno, porque no duerme, no puede, es imposible, despierta y se ve solo, inmenso, con ella en la almohada bajo la tierra, con sus mil historias entre los gusanos.

Solo me queda escucharlo, hasta que se canse de llorar, hasta tratar de comprender un poco más su interminable desconsuelo.

 

Su amor esta dos metros bajo tierra, y su esperanza, años luz sobre ella.