bahamundo

LA PEQUEÑA COMBATIENTE.

Raja en migajas a los corazones,  zarpa la güila,  virginidad al viento de turno, atraída por la sonajera, el tañer de los fierros, por sendas de hiel, más oscuro el velo pones en el rostro, esa la beldad flor en los cañones, estridentes sonidos, tiemblan farallones, las rosa de vida caen  con el yelmo, por varas de mimbre es de enredadera, hacen canastillas de cobre seguidos  parten a la historia pétalos fundidos.

 

LA PEQUENA COMBATIENTE.

 

 

Inocencia que nació del vientre.

De  madre que sufrió al parir,

Convertida en una combatiente

Llevando el corazón ardiente,

En  un cuerpo ensangrentado,

 De mandriles que buscan el poder.

 

Virginidad que en las selvas fue gastada,

Sobre helechos que conformaron su caleta,

Horrando al esbirro sin propuesta.

Trémula del dolor e inexperiencia.

En medio de romances de cañones,

El pedófilo el mejor caviar se come,

En nombre de la lucha de naciones.

 

En las mañanas trémulas y frías,

El cuerpo tembló lleno de emociones,

Las caricias las recibió de tambores,

Que tronaron en la selva a montones,

Haciendo ríos rojos blancos rostros,

Pensando que la lucha era por nosotros.

 

 La riata, las botas y los telones,

Hicieron parte de su dotación cruel,

Cartucheras, y cancharinas sin miel,

En su lomo el fierro más letal,

Convirtiendo su dulce mirada,

En linternas de foco criminal,

 

Era linda, su apariencia no cambiaba,

Afín  mujer,  esa es la  ley natural,

Así haga parte del bien o del mal,

Su belleza cual flor de carnaval,

No la apagaron los ruidos al tronar,

Lo juguetes que causan tanto mal.

 

Cuando  caía la tarde en el erial,

Y el crepúsculo desvanecía su color,

Su vida cambiaba cual postal.

Que cayó en lodo mal oliente,

Cambiando visualmente para siempre,

La figura de ese rostro angelical,

Dejando en su alma una  serpiente,

Que enredo su vida para siempre.

 

No fue su culpa, es la mía,

Que cobarde actuación he tenido,

Sin cumplir mi papel al que he venido,

Dejando que el destino sin sentido,

Rocié sobre las flores más hermosas,

La desgracia de un pueblo confundido.

 

Sus besos con sabor a plomo.

Su pecho bañado con roció amargo,

Pezones que perdieron el sentir,

Acariciados por cobre refundido,

No dejaron de  dar las sensaciones,

De hembras que sueltan sus gemidos.

 

Cuando en la lid los fierros gritaron,

Las piernas  temblaron al vaivén,

De  lluvias de cobre  que al caer,

Desgarraron las carnes inocentes,

De esta flor que se volvió inerte,

Pensando que iba a florecer.

 

La madre  esperaba en su cabaña,

A la niña que de verde se vistió,

Cual cactus que creció en el desierto,

Como lluvia que  humo se volvió,

Dejando a su paso el peor aliento,

Jamás a su casa regresó.

 

Perla que cambió de tono,

Joya perdida, del cofre salió,

Mirla que abandonó su palafito,

Jamás a nadie le dio,

El fruto de su lucha estéril,

Su sangre en hiel se convirtió.

 

Ángeles púdicos como el pétalo,

De las flores más bella del edén,

No deben ser llevados al desierto,

Por más que haya mal gobierno,

Sus vidas son tesoro natural,

Donde fluye el amor y no el mal.

 

Las luchas hay que hacerlas, es normal,

Alzar la voz por todos los derechos,

Sin confundir le bien por el mal,

Para hacerse así un criminal,

Que desborda su fuerza contra el pueblo,

Convirtiendo el remedio en otro mal.