Carlos Fernando

Mexicano

 

Hoy sería capaz de pedir perdón a DIOS

por lanzar un grito de alegría desde el fondo de mi pecho

encendido de furor, de orgullo y de amor por mi tierra.

Porque el corazón me late en esta noche henchido

de un amor que no me cabe en el cuerpo,

será por la nostalgia del terruño donde miré mi primer amanecer,

ese, que guardo en un sitio ignorado del consciente

pero que agita el palpitar de fuego de mi carne mexicana,

de mi sangre mestiza, de mis vuelos castellanos, de mi orgullo azteca,

de la añoranza de mi lago, mi amado Lago de Chapultepec

con su castillo vetusto y majestuoso, del bosque con sus paseos adoquinados,

y sus puestos de aguas frescas y comidas,

con los vendedores de algodón de azúcar, tan frágil

como los besos de los amantes novios,

o  como las pompas de jabón que nacen en racimos

de la boca del vendedor que juega con los sueños de los niños.

Hoy sería capaz de apurar uno o muchos tragos de tequila,

y echar un grito de payo cerrero, nomás por el gusto de sentirme vivo

y de regreso a mi Ciudad querida,

aspirando el fragante aroma de la tierra mojada por la lluvia

que generosamente derraman de las nubes el mensaje de vida

que mi DIOS concede en abundancia para llenar de nuevo los canales

de Xochimilco donde las chinampas florecen en rosas para ser llevadas

a Santa Anita como antaño, o hasta el mercado de las flores en Jamaica,

o en el mercado de Dolores, o a la entrada del panteón del mismo nombre.

Hoy pediría a DIOS perdonara mi osadía de aferrarme a la porción

de carne que me forma, la que envuelve el alma que me otorga

la posibilidad de percibir la vida.

Hoy pediría perdón a DIOS por tomarme la licencia

de regresar por un instante a mi naturaleza salvaje y decadente,

de persona amante de la nación en la que fui depositado,

como la abeja deposita el polen al absorber el néctar de la flor y la germina.

Hoy pediría perdón a DIOS por haberme vuelto a sentir poeta,

para dedicarle las mejores notas de mi lira a mi amante ingrata,

mi Ciudad, que añoro cuando en momentos como ahora,

vuelve a brotarme de los poros el sudor de la lucha cotidiana

con el aroma de tamales y de horchata,

cuando me nace cantar al son del mariachi,

los compases y coplas de "Dios nunca muere".

Hoy tendría que pedir perdón a DIOS por haber vuelto

a vibrar con el sonido y el recuerdo de la bohemia nocturna,

con las notas metálicas de las trompetas, y la vibración de bajo tono del guitarrón,

y la voz de Pedro Infante y de Javier Solís, de Lucha Villa, Jorge Negrete

o Guadalupe Trigo.

Ese truhan ya fallecido a quien debo esta nostalgia por mi Ciudad querida

mi amante ingrata, la que me cerró como mujer esquiva

las puertas de su corazón y sus amores,

la que a pesar de su desamor no olvido.

Porque de su  tierra comí el fruto, y bajo la sombra de sus árboles

me cubrí del agobio del sol de verano, y de la lluvia

y también desgasté mis pies y mis zapatos caminando incansable

por sus calles, y sus barrios, lo mismo en la búsqueda de empleo,

que en el torpe caminar a ningún lado, en mis horas de soledad y angustia.

Que DIOS me perdone esta osadía pero qué le he de hacer,

ya se acerca septiembre el mes de mi Patria,

"Suave Patria" como cantó Ramón López Velarde;

que si en el espíritu soy hijo de Israel,

la sangre me hierve en las arterias pues mexicano nací

y sigo siendo en el fondo... "¡Qué Chihuahua!"