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El ave de Hermes (fragmento)

"... entonces Nazil creo al ave y los Dioses le dieron su Don, el Don de la Libertad, espíritu salvaje, indomable... libre. En honor a la naturaleza de su misma esencia, el ave fue liberada, llevando consigo el regalo más preciado que se le hubiese dado a cualquier criatura, poder recorrer el mundo y hacer en el mundo lo que fuera su voluntad, sin limites, sin leyes, sin reglas, sin fronteras, ni las cadenas divinas podrían someterlo, ese fue su motivo, su razón de ser. Así pasaron los milenios y el ave fue testigo con su vuelo del paso de los años, de las horas y las eras; bajo lluvia, entre fuego y truenos, el ave fue libre fiel a su naturaleza, observando como el tiempo arrasaba con ciudades y montañas, como los hombres se ahogaban y nadaban entre batallas, como la tierra se quebraba y volvía a reconstruirse, planetas enteros desmigajarse, estrellas sofocandose, galaxias morir, viviendo y viendo incluso más que los antiguos... Entonces cuando los Dioses cambiaron de nombre y las palabras de forma y el universo de centro, el ave seguía igual, inamovible, inmortal y libre, así el primero, Nazil ya se había perdido entre las memorias y los tiempos, ahora reinaba Zeus y el ave fue atribuida a su hijo Hermes, quien en gracia y debido a su amor por tan milenaria criatura y en contra de los designios de sus hermanos le pinto las alas y le adorno las plumas, siendo estas de una hermosura tangible y eterna como un acto de provocación, todos deseaban las alas pero ninguno podía atraparlas... Dioses y hombres lo intentaron, con cadenas, lazos y jaulas, haciendo surgir leyendas y mitos acerca de aquella criatura pero ni las palabras, ni siquiera un hilo, nunca nadie había podido, nunca nadie pudo, pues era indomable, pues ese era su principio... El ave de Hermes viajaba, libre con la lluvia, con el viento, pero como todas las criaturas, grandes y pequeñas, conscientes e ignorantes, tuvo que enfrentarse a la fuerza que sacrifica vidas y revive muertos.. el treceavo misterio, amor. La conoció y cuando la conoció no pudo dejar de observarla, proyectando en ella la sombra de sus grandes y hermosas alas, ella, siempre ella, mujer mortal y ajena al canal de su naturaleza, él era considerado un eterno, un Dios y ella, solo humana. El ave de Hermes destinada a viajar con el tiempo y por el tiempo y sobre el tiempo, libre de morir, matar o renacer, libre para hacer lo que quisiera sin limites, sin leyes, sin reglas, sin fronteras, repentinamente se encontró atrapado. Bajó entonces por primera vez de su eterno vuelo y permaneció treinta y siete días negando su naturaleza libre a fuerza de su libertad y se entregó a las rejas de un cariño incierto y a su vez, incondicional... Pero en él palpitaban los postulados milenarios, era la libertad, era libre, no podía atarse, no podía quedarse, aunque su misma naturaleza se lo permitía, su misma esencia se lo negaba, la paradoja de Hermes... Entonces debajo de los cielos dorados y ante los ojos de ella, la mujer del aura morada y colores pasteles, negó, "el ave de Hermes es mi nombre... me domestique devorando mis propias alas"... y volar ya no pudo.