«El perro que comía silencio» de Isabel Mellado —Editorial Páginas de Espuma—

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Somos violines, siempre en busca de esa primera nota que escuchamos, con el deseo de reproducir las primigenias emociones para sentirnos vivos. Violines desamparados en busca de ese afecto que hemos perdido en algún rincón del camino. Somos violines y como ellos tenemos talones y oídos para construir puentes entre nuestro universo interior y el mundo que nos rodea.

«El perro que comía silencio», otra belleza de Páginas de Espuma, es una obra que nos remite a esa necesidad de aferrarnos a los instantes con el deseo de volverlos (o volvernos) eternos. Con disimulada elegancia, Isabel Mellado nos presenta una serie de relatos que tienen a la música como protagonista: en la vida y en la muerte.

Es este un libro que me ha producido ese placer que te genera el escuchar esas melodías que te criaron. Pensando en esa nostalgia y en el gran regalo que significa para muchos de nosotros la música, encaro esta imprudente semblanza.

El silencio que habla

El silencio en la música es tan importante como los sonidos. Un instrumentista que se come un silencio modifica el curso de la melodía, por ende, cambia el mensaje de forma deliberada aunque sea casi imperceptible. En la escritura los silencios son tan importantes como lo son en la música. Un escritor que grita y que nunca calla es un instrumentista que olvida el ritmo y que difícilmente llegue al punto final de forma clara. Extrañamente empecé contándoles lo que este libro no es.

Pasemos ahora a lo que sí es. Se trata de una obra en la que el silencio es un protagonista ineludible; no sólo porque muchos de los relatos nos hablan de su importancia, sino porque en la voz de Mellado hay más insinuaciones y sutilezas que palabras pronunciadas de forma directa y a viva voz. Hablar en el silencio es una virtud que pocos autores cultivan de forma evidente y es sorprendente hallarte con esa esencial virtud en una voz joven tan experimentada. Isabel Mellado es una mujer-violín que no en vano ha gastado su talón y ha utilizado su oído para leer y escuchar atentamente; una artista que ha sabido valerse de la vista y el oído para tejer un puente maravilloso entre vida, escritura y música.

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Dice Mellado que el silencio es la evolución de la palabra, es el instante en que esta se libera de su ego. Y pienso que el suyo es un silencio atinado y poético, porque la poesía parece esconderse en cada rincón de este libro y colabora con la construcción de un artefacto que nos enseña a olisquear en la palabra y descubrirla nueva y versátil. El silencio de este libro de tan exquisito sabe a esas primeras notas (o lecturas) que nos cautivaron para siempre y nos lleva a esos primeros instantes. Es curioso pensar que mientras disfrutábamos esos lejanos instantesno teníamos ni idea de que años más tarde desearíamos recuperar su esencia con tanto afán.

La importancia de los instantes

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«El perro que comía silencio» es una obra literaria pero también una pintura y una partitura; creo que es una construcción artística que roza las tres disciplinas (música, literatura, representación gráfica) valiéndose para ello de la palabra. Encontramos en este compendio de cuentos pequeños cristalitos en los que se refleja la vida cotidiana: en los que se vislumbran instantes, vidas breves que se te quedan grabadas para siempre con sus colores, olores, sonidos, descritos con una contundente delicadeza. Nos encontramos con un conjunto de relatos que nos hacen sentir vivos: los viajes, el amor, la ternura, la muerte de los otros; y todos ellos atravesados por la música.

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Estos cuentos podrían leerse como diferentes piezas de una gran obra musical. Comienza con decisivas premisas: nadie puede mentir con el silencio, la playa ayuda a amansar la memoria, en un tren vivimos historias paralelas, la felicidad en diversos instantes. Certezas que van desembocando en esa segunda parte caracterizada por historias más largas y rutinarias. Y aparece el silencio entrometiéndose a cada paso, para recordarnos dónde estamos y por qué.

Y, como ocurre en toda buena obra musical, también «El perro que comía silencio» tiene sus bises: una preciosa coda construida de forma aforística. Una última parte que se encuentra habitada por pequeñas hilachas de música que podrían leerse también como piezas introductorias al libro, a modo de vocalización o afinación. Aforismos que sirven también para acercarse al universo de Mellado, a sus inquietudes, a su poesía y a una narrativa donde música y palabra se fusionan para dar vida a un universo lleno de vitalidad, de ternura y de luz. Y cito tres preciosos aforismos que me parecen indicadores de la tonalidad en la que se halla este maravilloso libro.

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Decía que somos violines. Un violín tiene talón, puente y oídos. Es posible que nos parezcamos a este bello instrumento en la forma en la que nos acercamos al silencio. La vida nos va desgastando los pies y en nuestro empeño de no darnos por vencidos tejemos puentes, como lo hace Mellado entre la música y la literatura, y abrimos nuestros oídos para recuperar esa música que nos acunó. Y entonces descubrimos muchas otras melodías que nos hemos perdido y que se vuelven imprescindibles, y entendemos la importancia del silencio. «El perro que comía silencio» no es un primer libro, es una caja de ternura que al abrirla nos enseña que la vida sin música no vale la pena, y que el silencio puede ser el mejor compañero frente al espejo. ¡Lean a Mellado y traten de refutar esta afirmación!

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El perro que comía silencio

Isabel Mellado

Editorial Páginas de Espuma, 2011

ISBN: 978-84-8393-075-5

126 páginas

14 €

 



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