«Los desengaños», de Antonio Lucas

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«Los desengaños», de Antonio Lucas

La voz de Antonio Lucas no necesita micrófono ni amplificadores; suena serena, clara, directa, excitante. Quizás en otra vida (si creyera en la reencarnación lo pensaría), fue un barítono dramático capaz de darle a la música ese paisaje y esos matices necesarios para llegar a cada rincón del teatro. Posee una voz que se te cuela por los huesos y te moviliza de una forma intensa. Al leerlo, te ocurre lo mismo: su voz no es menos clara ni la intensidad del asalto hacia nuestra médula menos vehemente.

Al leer Los desengaños, poemario con el que Lucas fue galardonado con el Loewe de poesía, percibí la fritura de su voz.

En este libro el poeta pone en palabras la pérdida de un mundo que parecía seguro. Y plantea este derrumbe desde dos puntos de vista que emergen paralelos en la obra: desde la perspectiva intimista (el dolor que sucede a una ruptura emocional) y desde el punto de vista social (la decepción colectiva de descubrir que el mundo en el que vivimos se desmorona por las sucesivas crisis que lo saquean: sociales, económicas, culturales y morales).

La ruptura

Si hace unos días hablábamos del hundimiento del mundo que describe en Chatterton Elena Medel, hoy nos acercamos a la grieta, a lo que queda después del derrumbe. Podríamos decir que ambos libros ponen en palabras ese conflicto surgido de la pérdida. En el caso de Medel desde el punto de vista del shock, del instante en que tiene lugar ese quiebre. Lucas se apoya en el después, en lo que queda vivo luego del desengaño. Y en torno a la conciencia de esa ruptura gira este poemario.

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Con esta cita de Char se abre este poemario dividido en cuatro partes bien definidas: Asamblea de intemperies (momento en el que tiene lugar la pérdida), Paisaje de lo incierto (el silencio que se estampa después de la huida), Estar solo (lo que queda de uno después de la pérdida) y Coda (la memoria de todo lo vivido y la búsqueda de una nueva identidad).

Lo que somos, dice Antonio, es algo extraño, producto de los enfrentamientos entre la decepción y esa sensación de que irá mejor la próxima vez. Y parece que, por más que sepamos que posiblemente volvamos a sufrir un desengaño y que comprendamos que siempre estamos flotando en una realidad que puede desmoronarse de un momento a otro, hay algo en nosotros que nos impulsa a seguir.

Esa fortaleza que demostramos los seres vivos (no es un rasgo exclusivo de los humanos) y que nos lleva a volcarnos con nuevas esperanzas ante las frescas situaciones, es posiblemente la razón que llevó a Lucas a sentarse a escribir estos poemas. Porque es necesario escribir sobre ese desengaño que nos vuelve sumamente extraños ante nosotros mismos para reordenar la vida. Y la forma en la que Antonio encara esta escritura sincera y clara, donde la intensidad va aumentando según el fracaso amoroso y la noción de la pérdida se hacen más claros, es seguramente una maravillosa forma de comprender esa necesidad innata de supervivencia que nos caracteriza a los individuos.

«Los desengaños», de Antonio Lucas

El tiempo que nos persigue, y del que huimos

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El paso inexorable del tiempo se abre paso en estas páginas. En varios poemas aparece la pérdida de la infancia y de la juventud; que pueden entenderse como una alegoría a la decepción, al momento en el que los sueños de derriten o desaparecen. Los dolores cotidianos nos van envejeciendo y somos viejos mucho antes de llegar a rozar la ancianidad. Regresa a esta idea en el poema Crisis yuxtapuesta a la supervivencia que no puede explicarse; dice Lucas que vivir es aceptar lo indemostrable y mantenerse en equilibrio. Un equilibrio que se rompe cada vez que tenemos consciencia de la vejez, del daño o de la pérdida.

Una cosa que me ha cautivado especialmente es la forma en la que va variando el tono entre unos poemas y otros. Me explico. En aquellos poemas que se dirigen en segunda persona al ser amado que se ha ido (a la causa de la ausencia) hay mucha más lentitud, como si se escogieran las palabras adecuadas para que no dañen. Son versos matizados con una delicadeza que roza la ternura y que se encuentran embargados de luz. Quizás porque toda pérdida nos vuelve niños, frágiles y tiernos, y nos lleva a otra época, para revivir las emociones de otro tiempo; y el daño siempre debe nombrarse con suavidad. Dejo un extracto que estoy segura que se hará entender mejor que yo:

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«Los desengaños», de Antonio Lucas

El hueco de la pérdida

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Cuando el desengaño se abre paso en nuestra vida, la realidad se tiñe de gris; como si una neblina espesa se apoderara de todo cuanto nos rodea. Entonces, la extrañeza parece el único hogar posible, que consigue que nuestro espacio nos resulte ajeno, casi extranjero.

A lo largo del libro, y sobre todo en la segunda y en la tercera parte, aparecerán diversos guiños a la sensación de extranjería. Los mismos son aplicables tanto a la vida en una tierra que no es nuestro suelo natal como al espacio extraño en que nos sentimos ante la ausencia de una verdad, de una certeza o de un ser querido. La vida se vuelve un lugar inseguro y la única convicción que tenemos es la inutilidad de toda previsión, de toda meta; porque si lo que creíamos seguro se ha roto, ¿quién nos puede asegurar que haya algo realmente sólido a lo que aferrarnos?

El anhelo de ser pájaro

La versatilidad y la delicadeza con la que Lucas se expresa es una de las cosas más destacables del libro. Sin premisas, el autor pasa de la poesía a la prosa poética y vuelta a la poesía. No hay espacio para las transiciones, como tampoco lo hay entre los diferentes cambios de la vida, siempre repentinos. Y creo que consigue plantear una preciosa analogía entre la construcción del yo humano y del yo poético.

Hay ideas que exigen una voz especial; volviendo al tema de los cantantes, podríamos hablar de colocación. Mientras que en los primerizos poemas se utiliza una colocación más redonda (se enfatiza en la nota: en lo que se dice), en la prosa las vocales pierden nitidez (el énfasis está en el resultado del sonido). Los agudos deben emitirse con la ayuda de todos los resonadores de la cara, con una apertura que permita que el sonido sea escuchado con certeza. Y creo que esa colocación es la más acertada para poner en palabras nuestra esencia: somos seres nacidos en esta tierra y necesitados de algo que no conseguimos en esta vida y es eso lo que nos lleva a pasarnos la vida moviendo las manos con mal hábito de pájaro. Y en nuestro empeño nos unimos con otros casi pájaros porque no concebimos la vida sin cascabel o linterna. En estos poemas se vive el clímax de todo el libro; la fuerza que sale de ellos es comparable a la que sentimos en la música, un instante de tensión sublime.

«Los desengaños», de Antonio Lucas

El mar, ese faro apagado frente al infinito

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Cuando Lucas recitó algunos de sus poemas en el Festival Damas de Noche de Torrox, acto en el que fue presentado por José Antonio Mesa Toré, hubo un poema que me atravesó especialmente. Fue el primero que busqué como una fetichista entre estas páginas cuando tuve el libro en mis manos. Es el que encabeza la segunda parte del libro; la cual se caracteriza principalmente por la incertidumbre después de la ruptura.

Ese desengaño que surge ante la evidencia de que nada es como parecía; quizás, por retomar la lectura de Medel, porque cuando todo va bien aparece la mancha. Lucas toma conciencia de ella y descubre que todo lo vivido no sirve para nada; que las experiencias no nos dejan más que vacío. Y lo cierto es que la contundencia de sus palabras te penetra de una forma que es imposible que no haga colapsar tus principios más claros. Porque hay un replanteo absoluto de todo lo que rodea nuestra realidad y parece importante. ¿Será que el tiempo sólo es humo que no vale lo que arrastra?

Dice:

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Y en ese punto podemos regresar a esa esperanza innata que nos empuja a resurgir de nuestras cenizas. Porque no es la inseguridad ni el desengaño un punto de llegada si no más bien un escalón en el que apoyarnos para revisar la existencia. Así le ocurre también al poeta; a los replanteos les sobrevive la esperanza de reescribirse a sí mismo, de volver a la batalla.

Y es que, aunque sepamos que no cambiará tanto la cosa y que volveremos a pararnos frente al desengaño, nos levantamos. Seguimos y seguiremos soñando con cambios que no llegarán, ilusionándonos con algo que no se realizará, y aferrándonos a una realidad frágil que puede quebrarse en cualquier momento. Eso es lo que hacemos, seguir…

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«Los desengaños», de Antonio Lucas

ALGUNAS FOTOGRAFÍAS PERTENECEN A ANTONIO HEREDIA

Comentarios1

  • esthelarez

    Gracias Tes.
    Realmente me gustó mucho este artículo, además las citas de los versos... apropiadamente seleccionados...
    Saludos
    😉



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