Lo inédito de Carlos Fuentes

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Hace pocos días despedimos a uno de los más grandes escritores de la Literatura Latinoamericana. Para alegría de todos, Fuentes no se fue con las manos vacías, dejó textos sin publicar que podrían acercarnos todavía más a su obra y completar la colección literaria de este autor.

Dos obras póstumas verán la luz en el próximo tiempo. «Personas«, donde muestra a cientos de personajes que conoció y de los que quiso dejar constancia, y «Federico en su balcón«, una novela donde arregla sus cuentas con Nietzsche.

La editora Pilar Reyes, quien colabora con la Edición Alfaguara (que publicará estas obras), explicó a periodistas del diario «El País» que «Federico en su balcón«, no solo es importante por tratarse del legado póstumo de uno de los intelectuales contemporáneos más relevantes del mundo, sino también por la historia que encierra, y además porque permite conocer dos aspectos indivisibles de aquel hombre: el ciudadano y el literario y ayuda a realizar una reflexión sobre el poder y la moral en cada etapa de la vida (la división entre lo público y el poder y la afección que esto tiene sobre las pequeñas decisiones de cada individuo).

Un balcón, la conciencia de uno mismo y la eternidad

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Este es el primer párrafo de «Federico en su balcón«, un comienzo realmente desbordante, que se te pega a la piel de entrada. Luego, el texto (del que puede leerse tan sólo el comienzo en este apartado) continúa con un ritmo alentador, que te eriza los pelos y te hace pararte en ese balcón. El narrador se pregunta quién es ese hombre que está allí, si tiene familia y si es consciente de su esencia; aunque no comprende del todo si se hace estas preguntas refiriéndose a este extraño o a su propia vida.

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Y en esa misma página se acerca al mundo, a la tierra, para intentar entenderla, para descubrir si ella tiene conciencia de sí misma, si realmente todos los seres y los elementos que pisamos la tierra nos hacemos estas preguntas o aquellos que nos las hacemos pretendemos que sea así siempre. ¿Puede el amanecer saber quién es, por qué existe y describir las razones de su constante actividad sobre la tierra? Y la misma tierra ¿será capaz de comprenderse a sí misma de esa forma en la que los humanos intentamos comprenderla?

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Y luego, hace una reflexión sobre la eternidad que me pareció realmente alucinante. Dice que si el amanecer fuera eterno, entonces el día no llegaría, y tampoco la noche…y se pregunta en qué limbo de horas quedaríamos suspendidos para siempre.

La palabra «siempre» puede resultarnos preciosa cuando no miramos las consecuencias negativas que pueda tener; si lo hacemos, veremos que puede ser atroz porque implica un tiempo fuera del tiempo, más allá de todo, donde no sólo no podremos tener control sobre las cosas, sino que además será un espacio donde sentimientos como nostalgia, tristeza, añoranza no tendrán cabida, porque el todo será ese instante.  Cabe aclarar que los humanos no parecemos haber nacido con la capacidad de comprender conceptos como siempre o vacío en su real significado.

Y volviendo a Fuentes, señala que esa sensación de eternidad puede representarse con la imagen de un águila eterna que vuela y volará hasta el fin de los tiempos buscando lo que ya no existe: el día para volar y la noche para desaparecer, vagando en ese eterno amanecer que no se va a mover.

Concluye ese mortal comienzo (¿quién no está buscando ya la fecha de lanzamiento? :-)) diciendo que aquel hombre del balcón no es otro que Federico Nietzsche. Y este importante personaje de la historia de la literatura, venido de otro tiempo con quien Fuentes parece tener una cuenta pendiente, parece haber venido para darle la oportunidad de no marcharse sin saldarla. Y ¿qué mejor forma de hacerlo que a través de la literatura?

Carlos Fuentes y México

Cuando en 1987 Carlos Fuentes recibió el Premio Cervantes, entregó un fascinante discurso al público presente donde habló acerca de la importancia que México tiene en su obra. Aseguró que para él este país no implica una indiferencia sino una herencia, por la cual como todos sabemos ha trabajado irremediablemente, aportando obra tras obra con su granito de arena para el colectivo literario de esta tierra.

El autor expresó que la cultura que da sentido y continuidad al pueblo mexicano es algo que debe merecerse, y por lo que él como escritor intentaba trabajar. Dijo que sus armas eran la imaginación y el lenguaje y que no iba a quedarse en reposo o en el silencio pesimista, prefería hablar, ubicarse en el lugar de la acción y colaborar desde la crítica optimista por su México.

Dijo también en esa ocasión que la imaginación política, moral y económica debía estar a la altura de la verbal, por eso conocer la lengua y descubrir cada uno de sus rincones es la mejor forma de construir desde la literatura. Y seguramente, Carlos Fuentes pudo hablar con tranquilidad de ello por sus más de sesenta años dedicados exclusivamente a las letras, a dejar constancia de su paso por esta tierra, en pos de su lengua y del acercamiento de todas las culturas hispanohablantes en un mismo ámbito, la literatura y el universo literario universal.

Miro nuevamente la última entrevista de Fuentes, la que le hicieron en la televisión argentina a principios de este mes y todavía no puedo creer que tuviera 83 años, ¡qué gusto llegar a esa edad de esa forma! ¿no creen? ¿Quieren conocer su secreto? trabajar, vivir apasionadamente y sonreír, tres cosas que se ve que al autor se le daban muy bien y que practicó hasta el último día.

De hecho, recientemente había publicado no sólo un ensayo literario titulado «La gran novela latinoamericana» sino también un libro titulado «El siglo que despierta«, de conversaciones entre el autor y el ex presidente de Chile Ricardo Lagos; además tenía estos dos libros concluidos y una novela en mente que nunca pudo comenzar «El baile del centenario» (¿qué nos habremos perdido?).

Carlos Fuentes era sin lugar a dudas, no solamente un hombre sumamente trabajador y dedicado a lo que amaba, sino también alguien para quien los años parecían no pasar, el eterno joven le llamaban muchos. Parecía ver el mundo con la misma curiosidad y ambición que a los veinte. Y con una actitud así frente a la vida, cómo no pensar que no es posible que ya no esté, si hasta pudimos convencernos de que estaría para siempre, aunque no entendamos este concepto.

Seguramente el permanecer vivos no tenga que ver con la noción de eternidad sino de extensión, con los frutos que nuestro trabajo realizado sea capaz de dar, por eso tomar el ejemplo de Fuentes puede venirnos bien a todos. Por lo pronto tenemos estas dos obras a punto de llegar que nos desvelarán un poco más de este escritor insaciable.



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