Literatura y alcohol: las dos grandes pasiones de Elizabeth Bishop

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Literatura y alcohol: las dos grandes pasiones de Elizabeth BishopSe dice de ella que fue una mujer apasionada (se le conocen dos importantes y largas relaciones); sin embargo, su verdadera pasión siempre fue la literatura, a la que se le sumó la bebida, en un intento de remendar el dolor de la pérdida. Continuando con el ciclo sobre literatura y alcohol hoy les traigo a un personaje maravilloso de las letras, Elizabeth Bishop.

Una infancia de heridas

No había otro destino para Elizabeth Bishop. Muchos dicen que la vieron beber incluso agua de colonia cuando su licorera ya no daba más de sí. Después de haber superado una infancia dolorosa y llena de crueldad, la bebida la acogió con su dulce pasividad: una nube de algodón en la que el futuro parecía un campo de sonrisas. Así, lentamente, Bishop fue cayendo en unos brazos que apaciguaban su dolor por un lado y por el otro, la apuñalaban por la espalda.

Desde que nació, el 8 de febrero de 1911 en Massachusetts, la vida de Bishop pareció estar destinada al dolor. A los ocho meses se quedó huérfana de padre (un hombre con una tendencia abismal al alcoholismo) y pocos años después su madre fue internada en un hospital mental. Elizabeth fue separada de su madre y enviada a vivir con unas tías. A su progenitora no volvió a verla, aunque vivió unas dos décadas aislada en ese manicomio. El recuerdo que Elizabeth tuvo de ella siempre estuvo regado de violencia y experiencias dolorosísimas semejantes.

A partir de ahí comienzan los tropiezos. Criada en casa de unas tías moralistas y tiranas, Elizabeth fue aferrándose como mal podía a la vida y, con ella, a la escritura. Hasta que descubrió el alcohol, en su adolescencia, que se convirtió en su segunda balsa de supervivencia.

Era una joven decidida pero se hallaba completamente inhibida por las reglas morales de la época, por eso cuando comprendió que a través de la bebida podía abrirse camino en la sociedad, no lo dudó. El alcohol fue una ventana que le permitió comunicarse con el mundo exterior, dejando de lado la vergüenza, el dolor y, sobre todo, la orfandad: porque el alcohol, por extrañas razones, ha sido desde siempre, una forma rotunda de calmar el desamparo, una compañía en la soledad.

Así, al igual que otras mujeres de su época, Bishop se aferró a la bebida como una forma de rebelarse frente a esa tabla de mandamientos que le habían impuesto en su crianza; primero sus tías, más tarde, la sociedad. Era esta actitud una forma de plantarse contra el machismo y salvaguardar su existencia de la vergüenza y la violencia tan presentes en sus primeros años de vida.

Literatura y alcohol: las dos grandes pasiones de Elizabeth Bishop

El beso de la bebida

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Sin embargo, su relación con la bebida estuvo siempre más vinculada con sus miedos y sus debilidades que con el convencimiento de que literatura y alcohol eran una pareja irrevocable. Elizabeth sentía una intensa vergüenza por sus padres, por su pasado de violencia que la llevaba a beber, y por tantas experiencias traumáticas de su primera y segunda infancia. Pero el círculo se completaba cuando se pensaba a sí misma borracha; entonces se avergonzaba de eso en lo que se había convertido y para contrarrestarlo bebía más. Y en ese estado escribía poemas como «A Drunkyard», en el que dibuja una semblanza sobre un alcohólico, usando para ello toda su ironía, surgida de ese mismo miedo, de esas insoportables pérdidas que la convirtieron en una gran escritora a la vez que la fundieron día tras día en la mayor infelicidad.

Pero Elizabeth no se rendía, se entregaba con fervor a sus pasiones. Por eso no dudó en quedarse a vivir en Brasil cuando se enamoró de Lota de Macedo Soares, junto a quien vivió años de muchísima productividad literaria y de una rutilante entrega amorosa. Hacían una pareja extraña: la una, una escritora que aún no terminaba de despuntar, frágil, irremediablemente acomplejada; la otra, orgullosa y capaz de revolver el mundo con tal de conseguir lo que deseaba. Una relación que duró muchos años y donde también hubo violencia y dolor. Y a la que Bishop no dudó en matizar con su entrañable confidente, la bebida.

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El final es en donde partí

El alcoholismo contribuyó con el deterioro emocional de Bishop y con la fractura de esa relación, a lo que se le sumó la incapacidad de Elizabeth para hacerse querer y el narcisismo de su amante. Hay ciertos pactos que no deben hacerse, porque una vez se han puesto en marcha es imposible deshacerlos, dejar de sufrir, volver a empezar. Y como Elizabeth ya había aprendido estas cosas de muy chica, rompió con Lota y volvió a Estados Unidos, donde no vivió más que unos cinco años.

Pese a su fortaleza, la autoestima de Bishop se vio vapuleada por la moralidad de una época asesina del libre pensamiento y por las humillaciones a las que se vio expuesta durante toda su vida. Por eso, jamás pudo sentir genuinamente que sus poemas tenían un valor estético y poético auténtico y se consideró siempre una escritora adolescente comenzando a componer pequeñas frases. Pese a ello, pasó a la historia; porque su escritura dolida te parte en dos desde la primera palabra y te obliga a replantearte tantas cosas que no puedes negarte a ella. Es imposible leerla y no darte cuenta que jamás habías leído algo tan contundente, y escrito con tanta sangre y dolor: tal es el efecto que sus poemas pueden causarnos.

Sin duda fue el alcohol, junto a la literatura, su más cercano aliado (que no es lo mismo que decir su mejor) y el que la llevó a conquistar con maestría el arte de perder. Y en este punto resulta inevitable hacerse las preguntas: ¿habría escrito Elizabeth su intensa poesía si no hubiera conocido el alcohol? Más aún, ¿habría sido capaz de sobrevivir hasta los 68 años sin esta poción capaz de aligerar el peso de la pérdida y la vergüenza?

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