Convertir el dolor en literatura

Convertir el dolor en literaturaLa pregunta que siempre nos hacemos creo que podría ser el punto de partida para este artículo: ¿Por qué escribimos?

En la respuesta a esta pregunta reside el eje de la obra de todo autor, sea cual sea su género y la forma en la que entiende la literatura.

Porque todos escribimos por algo, para cada uno las letras significan algo preciso; algunos lo hacen para contar historias, porque siempre les ha gustado presentar nuevos mundos a quienes los leen, otros lo hacemos para subsanar viejas heridas.

El comienzo de la mal llamada carrera literaria es diferente en cada uno, y la dirección que las creaciones tomen se encuentra estrictamente relacionado a éste, pues implica la búsqueda de responder esa misma pregunta.

En este artículo intentaremos abordar este tema, que sinceramente da para muchos textos más, desde la perspectiva de una autora americana, Joan Didion, que a través de la literatura plasmó el desgarro que le causó la muerte de su hija.

Convertir el dolor en literatura

Plasmar experiencias dolorosas a través de la escritura

Muchos autores intentaron a través de la literatura canalizar viejas heridas o golpes mortales que la vida les tejiera. Así lo hizo Joan Didion por ejemplo en «Noches azules», una profunda obra donde el dolor por la pérdida de su hija se convierte en letras y, al ser compartido no disminuye pero si cobra un sentido más amplio, sanificador.

Didion pertenece al grupo de autores americanos a quienes se encuadra dentro del nuevo periodismo norteamericano. Nació en California el 5 de diciembre de 1934 y se ha hecho bastante popular gracias a su labor periodística, a sus novelas y a sus ensayos.

Su acercamiento a las letras tuvo lugar cuando era muy pequeña; su padre formaba parte del Cuerpo Aéreo del Ejército de su país, por lo que nunca tuvo una residencia estable, lo que impidió que pudiera estudiar de forma regular hasta la edad de 11 años. Pese a ello se aferró a las lecturas y a la escritura de relatos para pacificar la soledad y la carencia de amistades.

En el año 2003 la vida de esta escritura fue convulsionada por la muerte de su esposo (sufrió un ataque al corazón letal) y poco después la de su hija (choque séptico a causa de una neumonía). Estos hechos marcaron un antes y un después en su vida y posiblemente en su obra, varios años más tarde publicó esta obra, en la que exteriorizó su impotencia y su sufrimiento en torno al dolor y a la enfermedad de su hija.

Convertir el dolor en literatura

La muerte como núcleo de todos los conflictos

Si se tiene en cuenta que desde un punto de vista occidental el tiempo es lineal y no cíclico, se sabe que toda vida culmina en tragedia y que después de ella no habrá nada que conecte eso que fue con el presente.

La muerte es aquello que nos espera para arrebatárnoslo todo, a lo que le tememos, aunque algunos intentemos negarlo o sobreponernos, y lo que no cambia; siempre es la misma tragedia golpeando a nuestra puerta, la misma exacta brutalidad que nos impide continuar con aquello que creíamos sería para siempre.

En el eje de la novela, la muerte no sólo puede tomarse como el fin de la vida, sino también como cese que no cierre de las etapas de nuestra existencia: el término de la infancia, el fin de una relación que creíamos para siempre, la decepción de saberse mal querido o cuidado, el miedo por el porvenir y la incapacidad de aferrarse a un presente que no nos es feliz, todo eso encierra la muerte.

En «Noches azules» Didion hace una reflexión sobre la muerte física, el hueco de ausencia que queda cuando un ser que amábamos nos abandona; sin embargo creo que esta idea puede extenderse aún más a la pérdida de esos lazos afectivos sin los cuales en otro momento no fuimos capaces de ser, y entonces ¿qué más da si la persona se ha marchado físicamente, si nunca estuvo o si lo ha hecho de forma afectiva?

La escritura sólo es válida si nos lleva a buscar más allá de nuestros límites, si nos obliga a explorar esos senderos que la mayoría no se atreve a tocar por temor a ser tildados de «poco ortodoxos» y, sobre todo, si nos conecta con nuestra sensibilidad más profunda y nos permite compartirla con los otros.

Todos escribimos por algo y, sin embargo, como en Didion, la propia escritura va cambiando a medida que lo hace nuestra mente y nuestras experiencias; por eso es necesario replantearse las razones por las que se escribe a fin de saber llegar al fondo de nosotros mismos y ofrecer a los lectores una literatura siempre viva y rica.

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